Muchas veces compro el asado en un pequeño local que es bastante carero, porque vende de la mejor. Entro emocionado, pido “mi pedazo”, y el parrillero coloca un poco sobre una tabla toda sucia, lo corta con un cuchillo muy filoso, y me dice: “Mirá, pibe, mirá lo que es esto”. Yo observo el humito que sale de la carne de primera calidad, y mis papilas gustativas empiezan a humedecerse cual conchita de mina caliente. El parrillero lo percibe y corta un pedacito para que la pruebe. Yo pienso: “¡Aguante Argentina, loco!” y agarro mi pedazo y me voy a toda velocidad a mi casa, le pongo mucha más sal y agasajo a mi estómago con alimento caliente. Luego, cuando llega el momento del escarbadiente y el cigarrillo, pienso que en Colombia se deben dar historias similares pero con la cocaína.
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