sábado, 19 de febrero de 2011

Del Día Que Tuve Ganas De Hacer Un Descalabro Cósmico


Hace algunos años que colaboro con un plan extraterrestre del cual desconozco su objetivo. Quizás quieran conquistar la Tierra para comernos a todos, aunque no creo porque, con la tecnología que tienen, ya nos hubiesen morfado o esclavizado si ese fuese su objetivo. Yo los ayudo porque si no me aburro. Me asignan misiones especiales dentro de mis capacidades, y ocho veces me dieron textos que debía publicar en mi blog.

Hace unos días, una noche que no me podía dormir porque los grillos estaban haciendo conciertos con sistema cuadrofónicos y orgías por el techo de mi casa, una amiga extraterrestre vino a visitarme y me llevó a conocer un planeta loquísimo. Quedaba a seis galaxias del sistema solar. Antes de salir, mientras tomábamos Sprite, le hice un comentario despectivo sobre los grillos. “A mí me gusta cómo cantan”, me dijo. “¿Qué carajo tendrá ésta en el oído?”, pensé. “Aguante Jimi Hendrix”.

El planeta al que me llevó era muy chico, ya que se podía dar la vuelta al mundo caminando quinientos kilómetros. Giraba alrededor de un sol, pero no sobre sí mismo, por lo que siempre era de día. El lado oscuro no estaba habitado, todos vivían al sol. Pensé que el Bambino Veyra querría poner toldos por todos lados. Además, el planeta conservaba siempre la distancia exacta al sol, por lo que su temperatura era constante y agradable.

La peculiaridad de este planeta, de nombre impronunciable, era que sus habitantes tenían resueltos los problemas de alimentación. Se limitaban a tomar una especie de agua, que corría por miles de ríos, que era
perfecta: tenía todo lo que el cuerpo necesita y con eso nunca se enferman ni tienen acidez ni gastroenteritis. Al tener resuelto el problema de la alimentación, no habían desarrollado la envidia ni la tecnología. No tenían celulares ni Facebook ni ropa ni viviendas. Tampoco trabajaban porque no había nada que hacer. Todos se querían y se admiraban de la misma manera. Paseaban en pelotas, dormían en la calle cuando les daba sueño, y se reunían a cantar y bailar, a jugar y a divertirse. “Esta gente se dedica a vivir”, me dijo mi amiga extraterrestre. El suelo de ese planeta era similar a un cómodo colchón, por eso no conocían el dolor de espaldas.

Eran parecidos a los terrestres, solo que todos tenían en sus ojos un brillito de felicidad que en la Tierra no se ve muy seguido. También, debido al agua que consumían, eran todos agradables estéticamente. Nos desnudamos y bajamos a dar una vuelta.

- ¿Y no les angustia la muerte? – le pregunté.

- No, los que merecen estar en este planeta están en un estado evolutivo donde saben que hay vida después de la muerte, por lo que se dedican a pasarla bien. Es un planeta de grado de evolución medio. El calor, el frío, el hambre, el dolor y los discos de arjona los reservamos para planetas de poca evolución, como el tuyo. “Por lo menos nosotros tenemos a los Rolling Stones”, pensé, para consolarme un poco.

De inmediato me sentí contagiado con la alegría del lugar, un estado parecido a cuando empezás la tercer medida de J&B. Pero, a la vez, vinieron a mi mente recuerdos sobre el sufrimiento de la Tierra, y sobre algunas personas que conocía que estaban atravezando grandes desgracias. Recordé a una mujer que se le había muerto su hijo, a un vecino al que le tenían que amputar las dos piernas y a un amigo que es hincha de Racing. Me pareció injusto que en la Tierra haya tanto dolor y en ese planeta tanta joda. Le pregunté si podían traerlos a vivir ahí, pero me dijo que eso era imposible, que cada cual tenía que estar en el lugar que debía estar, que cuando cada uno haga los méritos suficientes llegaría a planetas similares, y que este planeta era una mierda al lado de planetas mucho más evolucionados todavía.

Estábamos sentados al lado de un río, charlando. Cerca nuestro, un grupo en ronda cantaba mientras otros bailaban en el medio. A nuestra derecha, tres chicas de voluptuosas curvas jugaban con algo similar a una pelota de tenis. La pelota cayó cerca nuestro, y una de las chicas me hizo señas, con sonrisas, para que se la alcanzara. Me levanté y se la arrojé, pero era de un material tan raro que la pelota se elevó por arriba de ella y la pasó. Corrió tras la pelota y, cuando se agachó para agarrarla, la visión fue tan agradable que mi instinto perruno se despertó, y me tuve que acostar boca abajo porque me dio vergüenza lo que estaba pasando en mis genitales terrestres. Le pregunté a mí amiga cómo manejaban el tema del sexo.

- El líquido que toman es tan perfecto que sincroniza las energías sexuales, por eso a todos les da ganas de tener sexo a la misma hora – me dijo -. Ocurre cada uno o dos días, y está a punto de ocurrir. Se ponen como locos y apasionados mientras dura la orgía, y las chicas no histeriquean. Además, el líquido regula quién debe quedar embarazada y quién no, y los guía a elegir a las personas con la que se acostarán en cada sesión sexual.

- ¡Ay, mamita! ¡Orgías extraterrestres! ¿Puedo participar, no? – le pregunté, sabiendo que debía agregar a mi listado un lugar más de chicas con las que nunca había estado. Me faltaba Corea del Sur, Arabia Saudita, Lanús y ahora este planeta.

- ¿Estás loco? Un espermatozoide terrestre en un planeta como este haría un descalabro cósmico. Ni lo sueñes.

- ¡Pero acabo afuera! – le dije, jugando mi última carta, mientras me puteaba a mí mismo por haberme olvidado los Prime Texturados en el cajón de mi mesita de luz.

Nos fuimos justo cuando empezaban a aparearse. Dos rubias se acercaban hacia mí, mirándome con lascivia. Me paré en todos los sentidos y comencé a caminar hacia ellas, con mirada de cocainómano, pero mi amiga me hizo hizo una doble-nelson y me obligó a subir a la nave. Desde la ventana, observé con una mezcla de nostalgia y alegría como las parejas se iban a formando y empezaban a copular entre ellas. Antes de partir, mi amiga me obligó a ponerme la ropa y me dijo que yo debía aprender a controlar mis instintos, que iba a tener que hacer un informe para la comisión de no-sé-qué-mierda sobre mi conducta. “Escribí lo que quieras, qué carajo me importa”, pensé. Un rato después estábamos en mi casa, ya que la nave esa no se desplaza sino que se sitúa mediante complicados mecanismos de leyes espacio tiempo que los terrestres no estamos capacitados para entender.

Cuando quedé solo, me puse a mirar el capítulo de Lost de esa semana, pero no lo entendí. Y entonces los grillos comenzaron a cantar y me di cuenta que no había grandes diferencias entre los grillos y los habitantes de ese planeta de nombre impronunciable. Saqué muchas conclusiones pero la más triste es que solo me habían aleccionado para que respete a los grillos.

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