lunes, 21 de febrero de 2011

La Pija Asesina


En el velorio de Teresa Marquez, una mujer de 23 años que había muerto porque la había picado una araña venenosa de una especie desconocida, todo eran lágrimas y desesperación. Teresa, estudiante de medicina, había sido una chica simpática y querida. Tantas lágrimas y gritos en ese  velorio, certificaban que la muerte, cuando llega tan joven, duele mucho más.

En un rincón, con cara de compungido, un joven estaba sentado solo, mirando con tristeza un punto fijo en la pared. Nadie parecía conocerlo, pero a nadie le importaba porque todos estaban tristes y pensando que se iban a ocupar con más ahínco de las telarañas de sus casas.

Andrea Caserta, la mejor amiga de Teresa, se acercó a hablar con él.

- Yo soy la única que te conozco – le dijo.

- ¿Perdón?


- Teresa me contaba todo. Yo era la única que sabía lo de ustedes.

- Ah, sí, yo a vos te conozco por el Facebook.

- Yo también. ¿Qué cagada, no?

- Hay cosas que no tienen explicación. Parece un chiste…

Andrea había sido la confidente de Teresa, y sabía todo acerca de Martín Reynoso. Sabía que hacía dos meses que se habían conocido, en el verano, en Pinamar, y que al volver a Buenos Aires empezaron una relación; sabía que Teresa estaba muy feliz, aunque no del todo ya que Martín se negaba a formalizar (Teresa, ilusionada, solía decirle a Andrea que “la fruta cae de madura”); sabía que Teresa lo visitaba casi todos los días, y sabía incluso las posiciones en que lo hacían y detalles sobre la pija de Martín, ya que de eso es lo que hablan las mujeres.

Esa noche, luego del entierro, Andrea se conectó a Internet. Dejó un último mensaje en el muro de Facebook de Teresa, miró con tristeza alguna de sus fotos, y decidió pedirle amistad a Martín por esa misma red social. Un rato después estaban chateando por el MSN, sobre Teresa y lo que había significado en sus vidas. Se cayeron simpáticos.

Las charlas por MSN se transformaron en una rutina. Todas las noches los chats se extendían hasta pasadas las tres de la mañana, aunque ambos debían levantarse temprano. Por respeto a Teresa, la amiga muerta en común, no parecía que alguna vez pudiese pasar “algo” entre ellos, lo que intensificó el grado de amistad mediante el chat, ya que no se tiraban palos ni piropos desubicados. Durante meses, se consideraron adictos a chatear entre ellos, y se contaron todos sus secretos, sueños e intimidades. Se dieron cuenta que se necesitaban el uno al otro. Martín le contaba que estaba haciendo una especie de “duelo” por la muerte de Teresa, y que por eso no se involucraba en otras relaciones. Teresa parecía medio asexuada. Salía seguido y tenía muchas proposiciones, pero ninguno le venía bien.

Una noche, Martín le contó a Teresa que había comenzado a salir con una chica y estaba muy feliz. Teresa lo felicitó y le dijo que se alegraba por él, aunque por dentro sintió un poco de celos, tuvo miedo que esta nueva relación afectase la amistad que habían desarrollado y que le hacía tanto bien.

Pero el chat se afectó poco. Martín ya no estaba todas las noches, ya que algunas las dedicaba a su nueva novia, pero siguieron manteniendo el nivel de amistad y confidencia. Hasta que, tres meses después, Martín desapareció del chat por unos días. Teresa se preocupó y, al quinto día de no tener noticias, lo llamó por teléfono. Se encontró con un Martín esquivo, que parecía no querer hablarle.

- Martín, sé que te está pasando algo grave. Decímelo, por favor. Soy tu amiga. Me ayudaste tanto a sobrellevar la muerte de Teresa, que ahora te quiero ayudar a vos.

- Vos también me ayudaste con la muerte de Teresa.

- Somos amigos, Martín. Necesito que me lo cuentes. Necesito saber que estás bien.

- Bueno, dale. Lo que pasa es que es muy largo y muy triste. No quiero contártelo por teléfono ni por chat. ¿Por qué no nos juntamos?

Arreglaron para verse esa misma noche en un bar de Palermo, cerca de la casa de Andrea.

Esa noche, Andrea llegó temprano, eligió una mesa contra la ventana, pidió un café y se sentó a esperar. Al llegar Martín, le pareció más lindo que en sus recuerdos y que en sus fotos Facebook. Martín la besó en la mejilla y le dijo que iban a tener que cambiar el café por el whisky, ya que lo que tenía que contarle requería una cierta dosis de valor. “No será para tanto”, pensó Teresa. Pidieron dos Johnny Walker.

Martín no se animó a contar la historia hasta que comenzó el tercer whisky. Andrea lo percibía tan nervioso que no quería apurarlo. Hablaron de otras cosas hasta que Martín se largó a contar. La historia era que su nueva novia, Adriana, había muerto en un accidente de autos. Martín soltó lágrimas cuando llegó a este punto. Andrea le acarició la cabeza y le dijo que no se podía luchar contra el destino, que tenía que aceptarlo, que ella estaba ahí para acompañarlo en su dolor.

- Lo que pasa es que… hay más – dijo Martín, buscando en la mirada de Andrea si podía seguir con las confesiones de whisky.

- ¿Más?

- Teresa y Adriana no son mis únicas novias que murieron.

- ¿Qué?

- Sí, hasta ahora, todas las chicas con las que tuve sexo… murieron.

- ¿Qué tenés? ¿La pija asesina? – se le escapó a Andrea.

Martín la miró con un reproche. Luego sonrió.

- Y… a veces pienso que sí… que es eso, que tengo la pija asesina. Mina que me cojo, mina que se muere.

- ¡Dejate de joder! A Teresa la picó una araña, la otra murió en un accidente de autos. ¿Qué tienen que ver con tu pija?

- No, ya sé. Pero es horrible lo que me pasa, y me maquino la cabeza todo el tiempo. Fernanda, mi primera novia, murió por un escape de gas tres meses después que lo habíamos hecho por primera vez.

- ¿Escape de gas?

- El calefón tenía pérdidas y murió ahogada por el monóxido de carbono. Su mamá y su hermanita también.

- Más razón para aceptar que es todo casualidad, que no tiene nada que ver.

- No sé, no sé. Ponete en mi lugar. Es durísimo.

- Me imagino, pero no te preocupes, no te hagás la cabeza. Yo estoy acá para bancarte. Tranca el coco.

- Gracias – dijo Martín y apoyó la cabeza contra la mesa, con la tristeza del que ya no resiste más la realidad. De repente se levantó y continuó -: Mirá, desde que murió Adriana no dejo de pensar que hay algo relacionado entre estas tres muertes y mi pija. ¡No puedo parar de pensar en eso!

- ¿Y? ¿Qué podés hacer?

- Hay una cuarta con la que tuve sexo, hace un par de años. Una prostituta de un cabaret de Recoleta.

- ¿Y esa no murió?

- No lo sé. Nunca más la vi – dijo Martín, y se quedó pensativo.

- ¿En qué estás pensando?

- En que tengo que saber si está viva o muerta. ¡Tengo que saberlo! De otra forma, no podré coger tranquilo por el resto de mi vida, no podré amar a ninguna nunca más. ¿Me ayudás a averiguarlo?

- Por supuesto – dijo Andrea. Pagaron la cuenta y tomaron un taxi para Recoleta, a la zona de los cabarets.

Anduvieron recorriendo la calle Guido, hasta que Martín identificó el lugar. Apenas lo recordaba porque había estado muy borracho aquella noche, en una despedida de soltero que se había descontrolado. El lugar se llamaba The Edge, y en la puerta había un patovica trajeado y una escalera que llevaba al segundo piso, al lugar donde estaban todas las meretrices. Recién en ese momento se dieron cuenta que Andrea no iba a poder subir.

- Es acá – dijo Martín -. ¿Qué hago?

- Subí y buscala.

- Apenas la recuerdo. Era rubia, tetona, de voz chillona, y se hacía llamar Marylin porque tenía un lunar parecido a Marylin Monroe.

- Y bueno… dale, subí y buscala. Vas a ver que va a estar y nos vamos a quedar tranquilos.

Martín tuvo que escuchar las explicaciones del patovica y pagar dos consumiciones para poder entrar. Andrea esperó con impaciencia abajo. Martín bajó en menos de media hora. Su cara no decía nada.

- ¿Y? – preguntó Andrea.

- No está, pero tengo algunos datos. Hace más de un año que no trabaja acá, pero una de las chicas la conocía y, después de sacarme doscientos mangos, conseguí que me de su dirección. Vive en Burzaco.

- Mañana le pido el auto a mi viejo, que tiene GPS, y vamos para allá.

- Dale – dijo Martín, confundido.

Volvieron a Palermo en taxi, y pararon a tomar, ahora sí, un café cerca de la casa de Andrea. Luego Martín la acompañó hasta su departamento. Los dos se sentían extraños. Al momento de despedirse, no pudieron evitar abrazarse con mucho cariño, contra el portero eléctrico. Luego, se miraron fijo a los ojos, se apoyaron frente contra frente, y estuvieron a punto de besarse. Ambos se dieron cuenta que eso no era conveniente… por ahora. Se dieron otro abrazo y quedaron que al otro día Andrea lo pasaba a buscar para ir a Burzaco. “Marylin TIENE que estar viva”, pensó Andrea.

Al otro día, marcaron la dirección en el GPS y salieron en busca de Marylin. Se comieron solo dos “recalculando”, por algunas calles cortadas, pero al poco tiempo la gallega dijo “Ha llegado al destino”, ante una casita humilde. Se miraron a los ojos. Andrea dijo:

- La hora de la verdad.

- Así es – respondió Martín, intentando sonreír.

- Bajá.

- Tengo miedo.

- No seas boludo. Sería demasiada casualidad.

- No, no, si Marylin está muerta, yo nunca más cojo.

- ¡No digas pavadas! Yo estoy acá para ayudarte a que te des cuenta que todo fue casualidad. ¡Casualidad! ¿Entendés? Y… para que veas que yo creo nada en todo esto… ¿sabés lo que vamos a hacer? Vamos a jugarnoslá. Porque la vida es una sola y hay que disfrutar, hay que estar con la gente que querés…. ¡hay que vivir! ¡Hay que quererse! ¡Y yo te quiero! ¡Te quiero! No hay que preocuparse por boludeces.

- ¡Esto no es ninguna boludez! Hay tres muertas en esta historia, y pueden ser cuatro.

- Sí, Martín, es una boludez – dijo Andrea -. Lo de la pija asesina es una boludez. Y para demostrártelo, para demostrar que no tengo miedo, mirá lo que hago.

De inmediato, tocó la pantalla del GPS, puso hoteles, y le salió que a solo 1800 metros había uno que, por el nombre, indicaba que prestaba servicios por turnos (“Night & Day”.) Andrea dio marcha atrás, aceleró, y tres minutos después estacionó en el hotel. Ahí, en la habitación 217, bajo espejos en el techo, Andrea conoció a “la pija asesina” y quedó bastante satisfecha.

- Gracias por confiar en mí – dijo Martín.

Andrea pensó que debía borrar los últimos destinos de su GPS, porque a su papá no le iba a gustar que haya marcado un telo de Burzaco. Martín ya empezaba a planear cómo iba a asesinar a Andrea, ahora que había renunciado al zoológico de donde había robado la araña africana, había hecho desaparecer el auto de su padre con el que había chocado a Adriana y se había dado a la fuga, y había utilizado sus conocimientos de plomería para que pareciera un accidente la muerte por inhalación de monóxido de carbono de su primera novia.

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