viernes, 4 de febrero de 2011

Lo Que Me Sigue Costando El Amor De Laura


http://arampazzi.wordpress.com/2010/02/06/lo-que-me-sigue-costando-el-amor-de-laura/

Cuando tenía 20 años, en 1991, estaba enamorado / obsesionado de una chica llamada Laura. Era una mujer hermosa, de mirada penetrante, con la que había cursado la secundaria y seguía llamando con insistencia, desde que me la había tranzado en el viaje de egresados aprovechando que se había puesto en pedo.

 Lo que alimentaba mi obsesión era que me decía que sí a una de cada diez invitaciones que le proponía. Eso me volvía loco, porque una cosa es que siempre te digan que no (así uno se olvida y se enamora de otra) y otra mucho peor es que te tengan en un estado de indefinición permanente. Para colmo, dos de las veces que salimos, volvimos a tranzar y me hizo sospechar que era bien puta en la cama, a pesar que parecía una chica elegante, simpática y recatada ante la sociedad. Lo único que le faltaba para ser perfecta era estar enamorada de mí.

Le grababa cassettitos llenos de canciones no-cursis que hablaban de lo que yo sentía por ella (todas las canciones hablaban de eso), la invitaba a todos los lugares que podía, la llamaba por teléfono casi a diario, le escribía largas cartas de amor obsesionado, simulaba encuentros casuales, y pasaba la noche sin dormir inventándome diálogos estúpidos con ella. La obsesión me hizo tener un tembleque en la mano, y después algo peor: un ojo comenzó a cerrarse a intervalos intermitentes. Mis amigos me apodaron “El Ancho De Basto” porque parecía que siempre estaba haciendo esa seña, y un par de chicas feas pensaron que yo les tiraba onda. Las pocas noches que dormía, solía soñar con Laura y tener poluciones nocturnas, siempre y cuando no las hubiese auto-ocasionado antes de dormirme, que era lo más normal. Tenía 20 años y ya estaba destrozado, cagado a palos por la vida.

Hasta que un día todo terminó / empezó de repente. Fue una tarde en que aceptó ir conmigo a tomar un café. Ahí, mientras otra vez traté de explicarle mi amor por ella, me cortó en seco. Me dijo que yo le gustaba, que le caía bien, que le parecía lindo y pendejo. Me dijo que a ella le gustaban los hombres maduros, que ni se le pasaba por la cabeza salir con uno de su misma edad. Intenté con argumentos acerca que el Amor no tiene edad y puede vencer cualquier escollo, pero ella aseguró que lo nuestro era imposible. Cuando empezaron a salir lágrimas de mis ojos, me dijo: “¿Ves que sos un pendejo?” y se levantó y se fue. Yo me sequé las lágrimas y me pedí una cerveza. Estaba temblando otra vez.

Media hora después, cuando estaba terminando la birra, entró al bar un hombre elegante, de más de 50 años, que me dio la sensación de alguien muy conocido. Hasta era parecido a mí, como si fuera mi papá o un pariente lejano.  Me sentí  extrañamente confiado. Al verme la cara, me pidió permiso para sentarse conmigo. Me invitó algunas cervezas y, cuando ya estaba borracho, logró que le contara mi historia con Laura. Me dio buenos consejos y me dijo que él me iba a ayudar. Me prometió que él se iba a encargar de que yo lograse estar con Laura sí o sí, tarde o temprano. Pensé que era una promesa de borracho, pero era verdad. 

Al otro día, sin dormir, luego de una noche horrible, fui por costumbre a la puerta del instituto donde Laura estudiaba inglés. Quería verla de lejos, sin que ella me vea, nada más porque me costaba aceptar lo que me había dicho el día anterior.

Grande fue mi sorpresa cuando, al llegar, observé que Laura estaba hablando con el viejo del día anterior. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo el viejo conocía a Laura y cómo sabía dónde encontrarla? Me quedé mirando, escondido atrás de un árbol. Supuse que el viejo le estaba hablando bien de mí, y que con eso iba a lograr que Laura aceptase estar conmigo. Laura lo escuchaba y reía, mientras el viejo cada vez le hablaba más cerca del oído. Se fueron caminando juntos. Los seguí y, al llegar a la Plaza Colón, veo que se sientan y empiezan a tranzar en uno de los bancos de la plaza, cerca de donde estaban los pescaditos. 

Pensé en lanzarme sobre ellos, interrumpir la tranzada y cagar a trompadas al viejo de mierda. Pero estaba tan nervioso, tan mal, que me bajó la presión y me desmayé. Tres días después me desperté en la Clínica Güemes. Tenía suero en el brazo, y al abrir los ojos vi a mi mamá alegrarse, diciendo que los médicos le habían dicho que no estaban seguros que iba a sobrevivir. Media hora después una enfermera me trajo un sobre, y me dijo que un señor llamado Alejandro Rampazzi lo había dejado para mí.

- Alejandro Rampazzi soy yo – le dije.

- No sé, el señor me dijo eso – contestó.

Abrí el sobre y leí el contenido. Lo transcribo textual a continuación:

Luján, 27 de Octubre de 1991
Ale:

Hola, soy vos, Alejandro Rampazzi. Vengo del futuro. En el año 2025 un amigo inventó la máquina del tiempo. Yo fui el primero en probarla, y me vine a 1991 para conseguir el amor de Laura, sabiendo que a ella le gustan los hombres maduros. Disculpá que te hayamos hecho esto, pero tené en cuenta que he cumplido mi promesa: en el 2025 vas a volver a 1991 para levantarte a Laura y lo lograrás. Mientras tanto, disfrutá de la vida. Yo me voy a vivir con Laura a otro país, pero no te quiero dar pistas porque no quiero más descalabros en el tiempo.

Me quiero mucho
Alejandro Rampazzi

P.D.: Te dejo un dato: Cuando en el 2008 las acciones de Tenaris alcancen $ 124, van a bajar hasta $ 24. Comprá ahí que en pocos meses van a valer $ 80.

P.D.II: ¡No sabés que bien que coge Laura!

 Estuve desde 1991 hasta el 2008 sin saber si todo había sido verdad o una cargada. Lo único cierto es que Laura se había ido a vivir a otro país, dejando expresas instrucciones a su familia que no me dijeran a cuál. Ahora, que confirmé que es verdad, no sé si reír o llorar. Lo único que espero es que el tiempo pase rápido para llegar al 2025 y volver a 1991 a levantarme a Laura y dejarme hecho mierda a mí mismo.

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