domingo, 30 de enero de 2011

El Lobo Feroz

http://arampazzi.wordpress.com/2008/03/02/el-lobo-feroz/

He comprobado que eso a lo que llaman “Teléfono Descompuesto” funciona. Al menos, a un tal Charles Perrault le debe haber llegado bastante distorsionada nuestra historia, y todavía aún más les llegó a unos hermanos de apellido Grimm. Pero yo fui testigo de los acontecimientos y me cansé de que engañen a los niños con ese cuento de la Caperucita buenita que iba a llevar “comida” a su abuelita. Internet me da la posibilidad de expresarme libremente y es tiempo de contar la verdadera historia.
 
Hace muchos, muchos años, tantos que ni quiero recordarlos, vivía en un pueblito muy aburrido donde la única diversión era juntarnos con los pibes de la barra a comer un asado en un pequeño bosque cercano. Nuestro lugar preferido era un paraje donde no había árboles, pero había crecido una planta que fumábamos antes de comer, ya que además de un agradable mareo nos causaba hambre. Así que prendíamos el fuego, nos tomábamos unos tintos, fumábamos de esa planta y –bajo su efecto- nos comíamos una vaca entera. Ahí fue donde conocimos al Lobo Feroz, un simpático personaje que vagaba por el bosque. Al principio notamos que nos espiaba y que cuando nos íbamos se comía los restos de nuestro asado. Intrigados, una noche, lo invitamos a sentarse en nuestra mesa. Entre risas y copas, el Lobo Feroz nos contó su conmovedora historia.
 
Nos confesó que vagaba por el bosque muerto de hambre pero que, sin embargo, jamás se le pasó por la cabeza comerse a un ser humano vivo, ya sea un hombre o un animal. Se alimentaba de animales muertos, los restos de nuestros asados, o plantas, las cuales le repugnaban por su naturaleza carnívora y solo comía cuando no tenía otra alternativa. Entre lágrimas de emoción, mientras rechazaba la ensalada y solo comía carne, nos agradeció la invitación al asado. Le preguntamos por qué se quedaba en ese bosque, cuáles eran las razones que le impedían buscar un lugar donde pudiese subsistir como la naturaleza mandaba. “Me quedo por Amor”, respondió, y ahí nomás se despachó con la historia de su compañera Loba, que había sido raptada hacía más de un año por un circo. Mientras él, escondido atrás de un árbol, vio como 50 personas se la llevaban, la Loba gritaba a los cuatro vientos: “Esperame, Lobo Feroz, esperame que me escaparé y volveré. Esperame en este mismo bosque”. Ese era el triste destino del Lobo Feroz, condenado a vivir en un bosque con poca alimentación, por la simple esperanza de volver a encontrar a su amor, la Loba.
 
Esa fue una noche distinta, donde las habituales risas mutaron en lágrimas. Aún recuerdo al Gordo Carlitos, llorando y arengándonos a todos para que salgamos en ese mismo momento a buscar ese circo y rescatar a la Loba. El Cabezón Varela, en cambio, adoptó una pose paternal con el Lobo Feroz y, con una mano en su hombro, le dijo: “De ahora en más nunca te faltará comida. Yo me encargaré de tu alimentación”. El Lobo Feroz no se cansaba de agradecernos, y desde aquella noche se transformó en un personaje habitual de nuestros asados, siempre de buen humor y con un chiste de gallegos a mano, para hacernos cagar de risa.
 
Pero sucedió que una noche el Lobo Feroz llegó de mal humor, y a todos nos asombró. Interrogado al respecto, nos contó una nueva historia:
 
- Estoy mal por la pendeja forra esa de Caperucita Roja, y la abuela esa de mierda que tiene.
 
- ¿Cuál? ¿Esa pendeja que siempre anda con el sombrerito rojo ridículo?
 
- Sí, esa.
 
- ¿Qué te hacen?
 
- Me bardean todo el tiempo. Ya me tienen podrido.
 
- La vieja es alcohólica. Caperucita le lleva en la canastita una botella de ginebra Bols todos los días.
 
- Sí – dijo el Lobo -. Y después se mama y se la agarra conmigo.
 
- ¿Pero que te dice?
 
- Me bardea todo el tiempo la vieja de mierda esa. Como sabe que estoy cagado de hambre, se asoma siempre por la ventana, y me grita cosas. “Lobo puto”, “Lobo muerto de hambre”. “Lobo pajero”. “Lobo de mierda”. El otro día me dijo: “¿Querés comer carne, Lobo Puto? ¡Comete esta!” y se agarró la concha. ¡No puedo soportar que me falte el respeto de esa forma!
 
- ¿Y Caperucita que hace?
 
- Se caga de risa también la pendeja de mierda esa. Le festeja todo a la vieja argolluda.
 
Todos los muchachos nos indignamos, y esa misma noche comenzamos a idear un plan para vengar a nuestro gran amigo Lobo Feroz de las burlas de esas dos desconsideradas mujeres. Lamentablemente, el plan nos salió muy mal.
 
Al otro día, el Lobo Feroz salió al encuentro de Caperucita, que otra vez iba con su canastita a llevarle la botella de ginebra Bols a su abuela.
 
- ¿Adónde vas, Caperucita?
 
- ¿Qué mierda te importa, Lobo forro? Además, ¿para qué mierda me preguntás si ya sabés que voy a lo de mi abuela?
 
- Por eso te preguntaba, Caperucita. Te veo ir todos los días a lo de tu abuela, y me extraña que vas siempre por el camino largo. ¡Es mucho más corto por el bosque!
 
- ¿De verdad?
 
- Sí, Caperucita. ¿Para qué te voy a mentir? Metete por el bosque y salís derecho a la casa de tu abuela. ¿Me vas a decir a mí que todos los días ando por el bosque?
 
- Ah, gracias, no sos tan forro como dice tu cara – dijo Caperucita, y se internó por el bosque.
 
Y ahí la esperábamos nosotros. Sabíamos que el olor de la planta que fumábamos la iba a atraer, y así fue. Caperucita, al vernos, se acercó y al toque esta pitando de nuestra mejor planta. Le explicamos que tenía que tragar el humo, y tosió un poco al principio pero enseguida le agarró la mano. Caperucita se quedó media hora sonriendo mirando una flor, y luego se dio cuenta que se estaba haciendo de noche, y se despidió con una sonrisa y se fue para lo de su abuelita. Antes de irse, le pedimos que pegue unas caladas más. Se fue re-fumada.
 
Mientras tanto, el Cabezón Varela y el Lobo Feroz se habían dirigido a la casa de la vieja de mierda, y habían entrado y la habían cagado a patadas en el culo al grito de “Vieja forra, ¿por qué no te vas a bardear al abuelito de Heidi?”. Luego la desnudaron, le dijeron que su culo era gordo, feo, arrugado y con canaletas, que con esas tetas totalmente vencidas por la ley de gravedad no podía bardear a nadie, y la encerraron en un placard. El Lobo Feroz se vistió con las ropas de la vieja, y se acostó en su cama. Al llegar Caperucita le dijo:
 
- Pasá, nena, por fin me traés la ginebrita.
 
Caperucita entró tan fumada a la casa, que ni siquiera se dio cuenta que el Lobo Feroz era el que estaba disfrazado de “abuelita”. Al “verla” tan peluda, seguramente habrá pensado que la vieja merecía una depilación (se debe aclarar en este punto que la vieja era bastante bigotuda ya que en esa época no había buenos sistemas de depilación femenina.) Luego observó:
 
- Abuelita, ¡qué voz tan grave que tenés! ¡Tenés que parar con el escabio!
 
- Es para que me escuches mejor, Caperucita – dijo el Lobo tratando de aflautar la voz.
 
- ¡Pero qué orejas tan grandes que tenés!
 
- Es para escucharte mejor.
 
- ¡Pero qué ojos tan grandes!
 
- Es para verte mejor.
 
- ¡Pero qué boca tan grande tenés!
 
- ¡Es para comerte mejor! – dijo el Lobo Feroz.
 
Juro que ahí iba a terminar la broma, la lección que queríamos darle a esas dos barderitas. Hago hincapié en esto ya que es todo una mentira que se las tragó enteras (¿quién puede creer eso?) Pero todo salió mal. Caperucita se asustó y empezó a gritar muy fuerte, y justo pasaba un policía por la casa, y al oír los gritos y ver al Lobo Feroz asustando a Caperucita, le pegó tres tiros. Uno en el medio de la frente, y los otros dos directos al corazón. El Cabezón Varela salió de su escondite al grito de: “¿Qué hiciste, yuta de mierda? ¡Era una broma!” y se largó a hacerle respiración boca a boca al Lobo Feroz. Fue en vano. Nuestro gran amigo había muerto. Años después, el Cabezón me confesó que el Lobo Feroz tenía muy mal aliento.
 
Lo enterramos cerca de donde hacíamos asados, y tirábamos las tucas sobre su tumba, porque le gustaba fumar con nosotros. Dos semanas después de su muerte, apareció la Loba, que había conseguido escapar del circo. Le contamos la historia y se fue derecho a la casa de la abuelita y la cagó a cachetazos. Luego se fue y nunca más supimos de ella. La vieja de mierda murió al año siguiente, por un hígado sirroceado, y al poco tiempo fuimos a profanar su tumba. Cambiamos su epitafio, que decía: “Abuelita Querida, tu nieta Caperucita siempre te recordará”, por “Era una vieja de mierda”. Dos años después a Caperucita Roja le crecieron las tetas, y comenzó a concurrir a nuestros asados, y la dejamos ser parte de la barra porque además de hacerse adicta de nuestra planta, también se había hecho adicta al pete. Te peteaba con una técnica buenísima porque te acariciaba los huevos mientras lo hacía y no le hacía asco a tragarse la guasca, pero debo confesar que una vez que le acababa en la boca, recordaba a nuestro amigo el Lobo Feroz y me sentía un poco traidor. A todos los muchachos de la barra nos pasaba lo mismo. Parece que después de acabar los pensamientos de los hombres cambian.

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