Muchas madres de los de mi
generación tenían una gran preocupación por el cuidado de la ropa
interior de sus hijos. Sospecho que las de otras generaciones
también. Por eso siempre nos decían que no usemos calzoncillos
rotos (¡justo aquellos con los que nos habíamos encariñado!)
Cuando uno las cuestionaba aduciendo que no tenía importancia ya que
nadie los iba a ver, ellas nos respondían que podíamos tener un
accidente y sería una
vergüenza. ¿Qué iban a pensar las
enfermeras? ¡Horror! Se comentaría en todo el pueblo que la madre
de ese chico era la peor madre del mundo, una dejada asquerosa que le
permitía usar calzoncillos rotos. Nosotros nos sorprendíamos al ver
que parecían preocuparse más por el calzoncillo que por el
accidente, y nos imaginábamos que una camioneta nos atropellaba y,
en la sala de terapia intensiva, nuestras madres entrarían
(esquivando los controles) con un calzoncillo reluciente para que nos
cambiemos, y nos retarían por usar el agujereado, incluso antes de
revisar si teníamos el suero bien colocado. Por eso, y otras cosas
(como la exigencia de tender la cama), pensábamos que los adultos
eran raros.
Si hoy mi vieja viese el cajón
donde guardo mis calzoncillos, seguramente se horrorizaría, porque
no creo que haya alcanzado la iluminación, es decir, el poder de
darse cuenta que el accidente es más grave que el calzoncillo. Lo
que no sospecha es que uno guarda los calzoncillos más presentables
para las ocasiones especiales. Y tampoco sospecha que si se llega a
dar la rara ocasión en que hay que tener sexo sorpresivo, la chica
no llegará a ver mi calzoncillo roto porque la emoción que me
embarga en esas ocasiones hace que desenfunde con una rapidez que me
envidiarían en el lejano oeste.
Debo confesar que procastrineo
la compra de calzoncillos. Incluso si estoy en un shopping y hay 12
cuotas sin interés, siempre lo dejo para otro día. Igual, la
insistiencia en el tema nos marcó tanto que, a la hora de elegir ese
agujereado que nos resulta comodísimo, pensamos que quizás hoy sea
el día en que nos atropellará la camioneta y debamos afrontar la
vergüenza del calzoncillo roto visto por la enfermera. Sin embargo,
a esta altura, más me preocupa que encuentre frenadas
indiscriminadas o incluso quesito, antes que algún calzoncillo
impresentable.
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