Cuando yo era un
niño, el rock era algo mal visto por las personas adultas. Todas la
gente que peor me caía odiaba al rock. Eran personas que podríamos
tildar de mirthalegranescas. En
esa época Mirtha Legrand ya represantaba los aspectos más frívolos
de nuestra sociedad, y mi yo-niño ya odiaba todo ese caretaje.
Cuando
yo era un niño todavía no le daba mucha bola al rock, pero
presentía que si todos esos viejos chotos odiaban al rock... algo
bueno debería haber ahí.
Cuando
yo era un niño pensaba que un día me iba a transformar en un adulto
careta, en un adulto que cague a pedos a los niños porque hacen
ruido, se vista con mucha formalidad y adopte las normas de conducta
que en ese momento odiaba. Pensaba que eso era inevitable y ya tenía
miedo de convertirme en eso.
Cuando
yo era un adolescente, y me empezaron a cautivar las canciones de
Charly García, me di cuenta que había ahí algo más que lindas
canciones. Charly era un evidente genio musical, pero a la vez era
feo, narigón, con bigotes de dos colores y bardero. Por esa época
se había bajado los pantalones en dos conciertos (quizás la primera
vez que fue tapa de los diarios) y cantaba cosas como “aunque te
arregles las gomas nena seguirás siendo rara”, o “ahora no estoy
más tranquilo... ¿y por qué tendría que estar? Todos crecimos sin
entender y todavía me siento un anormal”. ¿Qué era eso? No la
razonaba con estas palabras, pero me daba cuenta que ahí había algo más que buenas canciones, que quizás había otras formas de ser
adulto.
El tiempo trajo cambios. Primero llegó
la democracia, y tardé muchos años en darme cuenta cómo había
mejorado la calidad de vida comparando con vivir en una dictadura.
Luego, paulatinamente, empecé a ver que gente con poder en diversos
lugares gustaba del rock. Eran “adultos”, pero no de los adultos
que yo veía siendo un niño, sino una nueva clase de adultos que
había crecido de otra forma, en otra época, con otros valores, leyendo otros libros, sin caer en la forma de ser que yo odiaba.
Ahora
me traslado al año 2008, en pleno conflicto del campo. Ahí noté
que los adultos (los que yo odiaba cuando era chico) misteriosamente
apoyaban “al campo”. Estaba claro que las retenciones eran para
el 20% de los exportadores que cosechaban el 80% de la soja, y que al
80% de los pequeños productores (los que cosechaban el 20% del
total) les iban a ser compensadas las retenciones. Estaba claro
también que era algo necesario para redistribuir el ingreso de una
forma más justa. Sin embargo, los “adultos” estaban del lado
oscuro, con Darth Vader, apoyando algo que presumo no entendían del
todo. Solo su presentimiento de “adulto” les indicaba que tenían
que apoyar “al campo”, o quizás simplemente estar en contra de
un gobierno que estaba implementando los cambios que odian los
derechosos.
El
conflicto con los exportadores de soja fue tan grande y tan duro, que
todo el país daba por descontado que al kirchnerismo le quedaban
pocos días de vida. Miren por youtube cualquier programa político
del 2009 si no me creen. Son graciosísimos esos programas y los
vaticinios de los políticos más desagradables que tenemos.
Pero
llegó el 2011, el 54% para el kirchnerismo, y el día que re-asumió
Cristina, había un recital gratuito en la Plaza de Mayo. Cristina
esperó a hacer su aparición en la Plaza a que sea el momento
musical de Charly García. Dos potencias se juntaban. Charly con el brazalete celeste y blanco. Cristina con la banda presidencial. Entonces le tomó la mano y
cantaron el Himno Nacional. Y cuando vi esta foto:
y me acordé de todo lo que había pasado, pensé:
“¡Ganamos! Todos los adultos que yo odiaba en mi niñez la tienen
adentro. Que la chupen y la sigan chupando”. Y en ese momento me
sentí tan contento que decidí retirarme de esa guerra interna que
tenía en mi interior. Ya me chuparía un huevo lo
que piensen los derechosos, los que odiaban a Charly García, los
adultos desagradables. Ya se la habíamos puesto, bien puesta y sin vaselina. Quizás toda mi vida había estado esperando
esa foto.
(Y no usé esos términos maradonianos por casualidad. Maradona es otro odiado por los adultos más desagradables.)
Sé
que en un futuro volverán. Pero ya me chupan un huevo. Haré lo que pueda para que no vuelvan pero ya no me enojo más contra los adultos que yo odiaba en mi niñez (aunque algunos tienen solo 20 años.) Desde ese día, en el cual yo ya tenía 40 años y dos meses,
me convertí en un adulto, pero también me saqué el miedo de
convertirme en el tipo de adulto que odiaba cuando yo era un niño.
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