viernes, 2 de julio de 2010

El Maracanazo

Vamos a Río de Janeiro el 16 de Julio de 1950, para contar otra vez la conocida historia del partido de fútbol más increíble de la historia, que es necesario contar de nuevo una vez más.

Es la final del Mundial 50, y hay 200.000 personas con pancartas, banderas, alcohol y alegría brasilera, muy excitadas en el Estadio Maracaná, construido para la ocasión y, lógicamente, el más grande del mundo.





Adentro hay, además, 11 tipos con camisetas celestes, representando a Uruguay. Unos días antes, esos jugadores habían ido a un bar. El Capitán, Obdulio “El Negro Jefe” Varela, le dijo a un par de jugadores que se habían colocado en la barra: “Los uruguayos bebemos todos juntos, en el mesa”.

Brasil llega a la final ganándole 4-0 a México, 2-0 a Yugoslavia, 7-1 a Suecia y 6-1 a España. 19 goles a favor y 2 en contra. Además, desplegaba su famoso juego bonito. Uruguay, un poco más humilde, tiene 5 goles a favor y 4 en contra, y algunos partidos empatados. Con un empate, Brasil será campeón. Pero Brasil no quiere un empate: los 200.000 vinieron a ver una goleada, como la de los partidos anteriores. Los jugadores de Brasil tienen, debajo de su camiseta, otra que dice: “Campeones del Mundo”, para mostrarla dentro de 90 minutos. Por los altavoces, “la voz del estadio” arenga también: “Ustedes, que dentro de 90 minutos serán campeones del mundo”.

Los diarios brasileños titulaban con frases como “Todos a la calle que hoy somos campeones”. Las autoridades de Brasil deciden adelantar el regalo: un reloj de oro para cada jugador brasilero, que decía “Brasil Campeón Del Mundo 1950”. La Casa de la Moneda Brasileña ya había acuñado millones de monedas conmemorativas, para largar al día siguiente. En el equipo uruguayo, su capitán, El Negro Jefe, arenga a su equipo: “Los de afuera son de palo”, les dice, mientras Brasil sale a la cancha y 200.000 personas lo reciben con interminables fuegos artificiales.

El primer tiempo termina 0-0, pero al comienzo del segundo Brasil clava el primero. Los festejos se acrecientan, son ensordecedores. Obdulio Varela, el capitán uruguayo, agarra la pelota con la mano y se va a hablar con el árbitro 5 minutos, reclamando un off-side inexistente. Eso logra enfríar un poco al público y calmar a sus compañeros. “Los de afuera son de palo”, repite el Negro Jefe. A los 21 minutos, gol de Uruguay. Schiaffino, luego de un centro de Ghiggia, le pega de media vuelta. Adentro. Los festejos brasileros continuan porque con el empate eran campeones. Pero… “los de afuera son de palo”, repite el Negro Jefe. A los 34 minutos, otra vez Ghiggia, escapándosele al defensor brazuca Bigode, convierte el segundo gol para Uruguay. 200.000 personas se quedan en silencio. El Maracaná es un cementerio. Algunos mueren infartados en ese mismo momento. En los días siguientes, muchos brasileros se suicidarán. Uruguay es el Campeón del Mundo de 1950. Le entregan la copa casi a escondidas. El Presidente de la FIFA, Jules Rimet, tira el discurso escrito en portugués que tenía en su bolsillo. Todos querían irse a casa.

Esa noche, el “Negro Jefe” Varela salió a beber, aprovechando que en Brasil no había televisión y nadie lo conocía. Bebió en bares de gente humilde, y vio tanta gente llorando y sufriendo que, por un momento, se arrepintió de haber ganado.

La Asociación Uruguaya de Fútbol entregó u$ 250 dólares a cada jugador, como agradecimiento.







No hay comentarios.: