miércoles, 1 de diciembre de 2010

La Tarde Que Me Cagó A Pedos La Mujer Rata

Una tarde de 1983, cuando estaba en sexto grado, dos compañeros y yo, sin razón alguna, inventamos un juego llamado Vamos A Cagar A Patadas A Dos Pendejos de Cuarto. Lo más extraño del caso fue que los chicos de cuarto… ¡querían jugar! Eran dos súper petisos hincha pelotas, uno rubio y otro de anteojos, que nos recordaban a Borromeo. Corrían a una velocidad impresionante, y el juego consistía en que nosotros los corríamos mientras ellos nos hacían burlas y se escabullían por todos lados. Al agarrarlos, los tirábamos al piso y los pateábamos con ultra-violencia, preferentemente en las costillas. El juego no tenía otra razón de ser que demostrarles que éramos más grandes, y ellos demostrarnos que eran más veloces y no nos tenían miedo. Jugamos a eso en todos los recreos de varias semanas, hasta que…

Un día, ley de Murphy mediante, la Directora me observó justo cuando tenía en el piso al rubiecito, y ya se me estaba rompiendo la zapatilla de tantas patadas que le estaba dando, al lado del mástil de la bandera. Me llamó aparte y comenzó a cagarme a pedos. Era muy bajita y, cuando se puso de frente para sermonearme, descubrí que, por primera vez en mi vida, yo era más alto que un adulto. Eso me distrajo pero no tanto como sus dientes. Nunca la había visto tan de cerca, pero ahora descubría que tenía dientes chiquitos, súper afilados, y separados entre ellos. Por eso, mientras me hablaba, yo solo pensaba: “Me está cagando a pedos la Mujer Rata”, y no escuché nada de lo que me dijo.

El tiempo pasó y aprendí, por mi cuenta, que pegarle a la gente está mal (agravado si los golpeados son más chicos que uno), lo cual sospecho era la lección que la Mujer Rata quiso darme aquella tarde en que no pude escucharla.

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