martes, 20 de septiembre de 2011

Los Clubes De Luján


Durante varios años, sobre el final de la adolescencia y el principio de la veintena, frecuentamos con mis amigos distintos clubes lujanenses con el objeto de emborracharnos (o entonarnos) y hablar de todas esas cosas que solo se hablan borrachos o en situaciones especiales. Luego íbamos para el boliche a encararnos descaradamente a todas las minas que se nos cruzaban. No teníamos otro lugar al que ir, y tampoco podíamos pagar la diferencia de precios que había en el boliche, donde una cerveza valía el doble o más de lo que valía en los clubes. Así que era un placer y una obligación emborracharnos en esos clubes.


Al Club Colón fuimos mucho tiempo. Era un antro que supuestamente en algún tiempo tuvo equipos deportivos de algo, ya que exhibían algunos trofeos en las vitrinas. Nunca supimos a qué deporte se dedicaban. Te servían vasos de vino blanco desde una damajuana, y si uno levantaba el vaso y lo ponía a la luz, se veían Sea Monkeys negros flotando en el vino ( http://www.taringa.net/posts/info/849769/Sea-Monkeys___Te-Acordas.html ). Creo que el vaso de vino salía $ 1 y la cerveza de ¾ $ 2. En general consumíamos cerveza, y solíamos dejar los envases vacíos (los “cadáveres”) en la mesa, para que todos vieran la cantidad que tomábamos. Si éramos 10, a un promedio de 3 cervezas por cabeza, al término de la noche teníamos 30 “cadáveres” sobre la mesa. Eso era una situación normal en aquella época. En los primeros tiempos no había una mujer ni a palos, y recuerdo que me sorprendí la primera vez que vimos a una mujer ahí. Era una rubia.
 
Hasta la primera o la segunda birra ninguno iba al baño, pero una vez que ibas una vez, no parabas. Teníamos como una pasarela hasta el baño. Probablemente sea el lugar donde más veces meé en mi vida, después de mi casa.
 
El Club Colón estaba regenteado por Beba, una señora muy atenta de poca cultura. Su esposo, Tito, estaba siempre contra la barra, inmóvil, con un guardapolvo azul y una servilleta en el brazo (que nunca usaba), tomando un vino. Tenía la nariz exactamente igual que las narices de los dibujos de borrachos en las historietas. No recuerdo el nombre de la hija, que tenía el culo más semejante a la parte trasera de una vaca que alguna vez vi en mi vida. Un amigo la empezaba a ver linda después de la cuarta cerveza.
 
Una noche advertimos que Tito no estaba, y recordamos que hacía tiempo que no lo veíamos. Le pregunté a Beba dónde estaba. “Tito pasó a mejor vida”, me respondió. Yo me acordé del nombre del primer disco de los Redondos.
 
En algún momento, cambiaron la concesión y apareció un tipo muy simpático que tenía la misma cara del Canciller Dante Caputo. Este buen hombre se resistía a que le pagásemos la cerveza a medida que la íbamos pidiendo, como estábamos acostumbrados. Pretendía que le cancelemos toda la deuda al final. La primera noche salimos de ahí olvidándonos de pagar, y Caputo salió a corrernos a la puerta, y le pagamos pidiéndole disculpas. La segunda noche, fui con mi amigo Federico, y ya en el camino nos íbamos diciendo: “No nos tenemos que olvidar de pagar”. Pero después de la cuarta cerveza nos retiramos y, una cuadra después, nos dimos cuenta que no habíamos pagado. Volvimos corriendo una cuadra, re-mamados, para pagarle.
 
En algunas épocas el Club Colón se ponía un poco duro, cuando se llenaba de “faloperos”. Recuerdo que un día, en el baño, había uno cantando Sucio Y Desprolijo. Yo le dije: “Ah, esa es de Pappo’s Blues Volumen 3, con Machi y Pomo”. Entablamos una charla sobre Pappo’s Blues, y mis amigos querían que ya nos vayamos para el boliche, pero yo me quería quedar hablando de Pappo’s Blues.
 
En otra época copamos la Sociedad Italiana, que era un poco menos antro. Ahí regenteaba un tal Arévalo, con su mujer. Un amigo siempre se tomaba un licor de menta después de todas las cervezas, porque decía que eso le daba “la sonrisa de tigre”.
 
Recuerdo que la primera vez que fuimos, llegamos ya borrachos desde el Club Colón, y había un baile en el salón de al lado de la Sociedad Italiana, donde tocaba un grupo de música tropical y sorteaban pollos. Un amigo había comprado una rifa y se había ganado un pollo caliente, y cuando llegamos nosotros despedazamos el pollo, comiendo con la mano, y todo nos parecía muy extraño. A la vez, estábamos deslumbrados porque vendían cerveza de litro al mismo precio que en el Club Colón vendían la de ¾. Desde esa noche desplazamos al Club Colón por la Sociedad Italiana, y fue una buena época porque uno sabía que si iba cualquier viernes o sábado a las 23:00, siempre iba a encontrar a alguno de los pibes. No era necesario siquiera arreglar por teléfono. Siempre éramos los primeros en llegar y los últimos en irnos.
Otra ventaja de la Sociedad Italiana es que estaba cerca de los boliches, entonces, en el invierno, uno podía salir sin campera. Había que bancarse el frío desde tu casa hasta la Sociedad, pero luego ahí dentro estaba calentito, y cuando salíamos ya estábamos tan borrachos que éramos inmunes al frío. La idea de salir sin campera tenía que ver con que en esa época la palabra “Guardarropa” no figuraba en mi plan de cuentas. Con lo que costaba el “Guardarropa” podía tomar una birra más. Era cuestión de lógica.
 
También había otros clubes, como el Club Argentino (al cual creo que no íbamos porque la cerveza salía $ 2,50 en lugar de $ 2), y otros que no vale la pena nombrar porque apenas los pisé.
 
Recuerdo uno, el Club Atlanta, en el cual una noche de 1998 tocaba Catupecu Machu. Justo esa tarde le había contado a un amigo que había un grupo que se llamaba Catupecu Machu, y él no me creía y se reía del nombre. Eso fue en Buenos Aires y al volver a Luján, vimos los carteles que esa noche tocaba Catupecu en Luján. Nos reímos mucho y decidimos ir, pero nos colgamos bebiendo en el Club Colón y llegamos cuando faltaban dos temas. Nos dejaron entrar gratis. El público serían 15 personas, 17 con nosotros. Pero en el último tema el cantante igual se tiró al público, y los 17 nos abrimos y cayó al piso.
 
A mí no me gusta la nostalgia, no creo que esos eran tiempos mejores que éstos. Pero ya quisiera tener la máquina del tiempo e irme cualquier viernes de 1990 a mirarme con cara de pendejo un ratito emborrachándome con mis amigos y diciendo pelotudeces.

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