lunes, 12 de julio de 2010

Indiana Jones Y El Templo De La Perdición



Leyendo una biografía de Steven Spielberg de 500 páginas, comprada a $ 10 (¡soy genial invirtiendo el dinero a efectos de maximizar el placer!), que me leí en dos días, vino a mi mente el recuerdo de un sábado de mayo de 1984, a la mañana, andando en un auto Daihatsu Cuore amarillo con mi papá, donde por la radio dos tipos hablaban sobre una película llamada “Indiana Jones Y El Templo De La Perdición”, dirigida por Steven Spielberg, sobre una historia de George Lucas, que estaba rompiendo todos los récords de recaudación en Estados Unidos. Era la continuación de una película que me había gustado mucho. Desde ese mismo instante (íbamos por la esquina de Las Heras doblando en Colón) me agarró un deseo intensísimo de ver ESA película. Pero… bueno… tenía que esperar que se estrene en Buenos Aires, y que 5 o 6 semanas después llegase al cine Numancia de Luján.


Estaba en 6to grado y, como todos los años, en la escuela nos llevaban a una excursión anual a Buenos Aires, donde siempre nos mostraban las mismas cosas (el Planetario, los bosques de Palermo, el Cabildo, la cancha de River, y algún museo.) Pero aquella vez la señorita anunció los lugares de la excursión, con un bonus track impresionante: para el cierre de ese día, iríamos al cine a ver el reciente estreno: Indiana Jones. Ningún compañero saltó tanto de su banco como yo al oír esa noticia. Por una vez, Dios me había escuchado.


Recuerdo estar ahí, impaciente, en la puerta del cine Iguazú, con todos mis compañeros, con la panza llena de burbujas porque cada uno llevaba una gaseosa de 2 litros (eran las únicas con envases descartables, y solo las consumíamos para esa excursión y el picnic de la primavera), hasta que entramos y vimos la película. Superó todas mis expectativas. Era 100 veces mejor de lo que la había imaginado. Recuerdo estar durante toda la película pensando: “No puede ser que esté viendo esto”, y recuerdo que luego se la conté a mi papá escena por escena, como si ya la hubiese visto 100 veces. La película tenía todo lo que un chico como yo podía desear: un héroe a medio afeitar y con látigo, un chinito que lo acompañaba (que podía ser yo), una actriz concheta que iba a vivir situaciones para las que no estaba preparada (como comer sopas con ojos sanguinolentos), un tipo malo que arrancaba corazones, un pueblo hechizado, venenos, antídotos, puentes colgantes de cuerdas, y una dirección (la de Steven) que no permitía que te relajes ni un segundo. Pocas tardes fui tan feliz como aquella en el cine Iguazú. Cada vez que paso por ahí, me acuerdo y me vuelve un poquito de esa felicidad.


Días después, en la escuela, me enteré que algo le había pasado a una chica durante la proyección. Al parecer, un hombre se había sentado al lado de ella y le había tocado la pierna. La chica se había largado a llorar. Perdimos una hora de clase hablando del tema, con la maestra dándonos consejos sobre los pervertidos que podíamos encontrarnos en la vida. Juro que yo no podía entender cómo esa chica se había perdido la película por eso. En la película un tipo arrancaba corazones… ¿cómo podía eso compararse con una tocada de piernas? Creo que incluso deslicé un comentario onda: “Tanto kilombo por eso” y me cagaron a pedos, como si yo fuera un pendejo que no entendía nada (obviamente lo era.) Igual, ahora que entiendo un poco más (no mucho), creo que si yo hubiese sido la chica me hubiese cambiado de lugar y listo. ¡Ni a palos me perdía semejante película!


Años después volví a verla, y nunca pude volver a encontrar las mismas sensaciones de aquella vez. Leyendo la biografía de Spielberg, me doy cuenta que eso sucedió porque Spielberg era un chico en el cuerpo de un grande, y por eso sabía TODO lo que los chicos queríamos ver. En mi caso, le pegó justo en el blanco. Lo que pasa es que después debo haber crecido un poco. Sin embargo, las sensaciones de aquella tarde nunca las olvidaré, y aunque sé que Spielberg jamás va a leer esto, no me queda otra que decirle: MUCHAS GRACIAS, desde el “adulto” que ahora soy que no se olvida ni un poquito lo que sentía cuando era chico.







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