Cuando era chico, me quedaba leyendo a la noche. Muy seguido sucedía que no entendía una palabra, entonces gritaba para que se escuche desde la pieza (cuarto para que me entiendan en Recoleta) de mis viejos: “Mamá, ¿Qué significa epifanía?” o “Mamá, ¿qué significa consternado?” Mi vieja a veces tampoco sabía, y me hacía leer todo el párrafo, y deducía lo que le parecía. Ahí comencé a sospechar que los adultos no la tenían tan clara como uno suponía.
Recuerdo en especial una vez que leí que alguien “había caído en los brazos de Morfeo”. Al preguntar, me respondió (correctamente) que se había dormido. Recuerdo que pensé: “¿Para qué mierda no escribe ‘se durmió’ y listo?” En ese momento no me di cuenta, pero quizás esa noche empezó a gustarme la literatura.
Ahora que lo pienso, quizás esas preguntas interrumpían situaciones íntimas. Pero ahora que lo pienso mejor, recuerdo que a cierta hora venían a exigirme que apague la luz. Yo protestaba y terminaba haciendo caso. ¡Malditos padres que te obligaban a cortar justo cuando a Tom Sawyer le pegaban un tiro en la pierna!
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