martes, 25 de enero de 2011

La Historia De Terror De PitoFlojo


La siguiente historia se basa en hechos reales. Los nombres han sido cambiados, así como algunas leves características de los personajes, a efectos no herir susceptibilidades de auto-googleadores. Sepan disculpar las molestias.

Silvana no era nuevo en eso del sexo. Tenía alrededor de 7000 días de vida, y ya había cogido más de 1000 veces. Acababa de dejar atrás una relación de varios años, y se encontraba en el posterior estado de liberación, con varios amantes que le producían altibajos emocionales, y excesos varios en cuanto a tóxicos. Todo le sucedía con la rapidez que las cosas suceden a esa edad. Lloraba y se reía todo el tiempo. Entendió entonces que, para salir de ese estado, lo único que podría salvarla era un nuevo amor: un hombre que la amase, la protegiese y la perforase, un hombre que la hiciese sentir amada y equilibrada.


En el otro rincón tenemos a PitoFlojo, un baterista de su edad que vivía a pocas cuadras de su casa, tocaba en una banda de rock de garage, era guapo y tenía muchos gustos en común con Silvana. Una amiga celestina los contactó primero vía Facebook, y luego de chatear varias noches durante muchas horas, quedaron en encontrarse a tomar una birra.

El encuentro resultó todo un éxito. Se gustaron más que en las fotos y se llevaron de diez. Encontraron tanta satisfacción hablando y descubriéndose, que decidieron reunirse todos los días, y en las horas que no podían verse se ametrallaban a mensajitos de textos. Era tal la admiración que se profesaban, era tal la felicidad que irradiaban (eran una nueva combinación buena en la tabla de elementos químicos), que las amigas de Silvana no creían que todavía no habían tenido sexo. Silvana aseguraba que todo era tan mágico que aún no lo necesitaban, que querían estirar este estado de enamoramiento lo más posible. Por insistencia de PitoFlojo, cortó toda relación con su ex novio y dejó de ir a visitar a sus amantes más dotados y cooles.

No habían tenido sexo pero casi. Todas las noches, en sus encuentros, cuando PitoFlojo la acompañaba a su casa, las paredes del barrio se descascaraban siendo testigos de sus besos y abrazos. Algunas tardes, cuando la mamá de PitoFlojo salía, los resortes de la cama crujían más que nunca mientras llegaban a sacarse algunas de sus ropas.

Todo iba viento en popa, y se presentaron a todos sus amigos, obteniendo felicitaciones de ambos bandos. Compartieron asados, picadas, cumpleaños, reuniones de Tupper-ware, conocieron a sus familias, jugaban al pool con la barra de amigos de PitoFlojo, quienes solían felicitarlo por lo linda y copada que era Silvana.

Un mes después de conocerse, Silvana, que es medio ninfómana, no aguantó más y quiso confirmar la relación mediante el coito pero, como adivinarán, PitoFlojo hizo honor a su nombre y no pudo concretar. No se preocuparon mucho porque atribuyeron la falta de erección a los nervios. Pero la situación se repitió no una sino seis-siete-ocho veces. Silvana comenzó a dudar de su belleza, pero PitoFlojo la consolaba diciéndole que solo era una cuestión de tiempo, que la quería tanto que se ponía nervioso porque temía no estar a las expectativas, que con su novia anterior le había pasado algo parecido y luego pudo concretar. Un poco de sexo oral de ambos lados, y lo mucho que se querían, aquietó las aguas y pudo estirar el romance un poco más.

Pero el vaso de Silvana comenzó a llenarse cuando PitoFlojo le empezó a tirar muchas gotitas a raíz de su extraño comportamiento. En una fiesta, delante de sus amigos, PitoFlojo le dijo a Silvana: “¿Vamos a garchar? ¡Te parto toda con ese vestidito!” a lo que ella respondió: “Ja ja, qué tarado”, sonrojándose. Situaciones similares fueron ocurriendo, donde PitoFlojo no solo presumía ante sus amigos sobre la belleza de Silvana, sino que daba a entender que tenían una vida sexual maravillosa. 

Ahora estamos en un pool, PitoFlojo, con cuatro de sus mejores amigos y Silvana. Todo es risa y algarabía, música de los Redondos, humo en el ambiente, y paños verdes que sienten temor cuando la gente empieza a confundir la bola negra con la blanca. Hasta que PitoFlojo, con unas birras de más, se despacha con un:

- ¡Estoy eufórico! Silvana, vamos a mi casa que mi vieja no está. Estoy para que me hagas un pete.

Es el momento en que el vaso de Silvana se rebalsa. Humillada, por escuchar esas palabras ante los amigos de PitoFlojo, que ya eran también sus amigos, le dice, mientras le arroja la birra en la cara:

- ¡Pero pedazo de forro! No avanzamos porque no se te para, y te hacés el verga ante tus amigos.

La escena deriva en una pelea en la que los amigos deben intervenir para que Silvana no termine acogotada. PitoFlojo se defiende argumentando que siempre lo había intentado borracho y, entendiendo que ya no hay vuelta atrás, la insulta con rabia y le dice que nunca había estado seguro. Silvana, ofendida, vuelve a tirarle cerveza y se va gritándole “caradura” y “pija blanda”. Algunos de los amigos de PitoFlojo le miran el culo cuando se va, no entienden nada y se odian a sí mismos por tener códigos, porque de lo contrario se la clavarían de parados en la puerta del bar.

Días después habrá algunas disculpas por mail, reconocimiento de ambas partes que estuvieron mal, y esa forma de quedar “como amigos” cuando en realidad se odian.

Podría terminar dejando a los lectores que saquen sus propias conclusiones. Quizás la primera sea que no hay que hablar de más cuando te tomaste unas birras, que no hay que cancherear con aquello que es nuestro defecto principal. Mi interpretación es que esta es una historia de terror. La gente suele pensar que las historias de terror tienen muertos que resucitan y asustan a la gente, pero eso no asusta a nadie porque, si ocurre, nadie se murió ni resultó herido por un gato que resucitó en un cementerio de animales. En cambio, una chica que encuentra al “type boy” y luego descubre que no funciona, es una historia de terror, porque puede pasar. Y ni hablemos de lo terrorífico que puede resultar que, siendo hombre, tus mejores amigos se enteren por boca de tu novia que no funcionás. Así que, Stephen King, aprendé a escribir historias de terror, gil, que tus Tommyknockers no me asustaron un carajo.

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