Imaginate
que se te ocurre hacer un tambor, y te alejás de tu ciudad para
internarte en un bosque cercano a efectos de encontrar un buen árbol
para tu tambor. Entonces te agarran unos extraterrestres (que son
parecidos a vos, pero más pálidos, casi transparentes) y te cagan a
palos y te meten en una nave espacial con otros cientos de terrestres
secuestrados.
El
viaje hasta su planeta dura más de 3 meses (no se teletransportan) y en
el camino se mueren un tercio de los terrestres que te acompañan (viajan todos apretujados y atados, y lo único bueno del viaje es que te vas apoyando a una alemana de buen culo.)
Al
llegar a su planeta, te das cuenta que te llevaron para ser esclavo, y
ves como te rematan en subasta pública. Te compra un tipo y te lleva en
otra nave hasta su plantación de algodón, donde te encontrás con muchos
descendientes de terrestres que hablan un idioma extraño y también son
esclavos. Entonces viene el capataz transparente y te da a entender que
de ahora en más te llamás CHUCRUT. Vos te golpeás el pecho y decís:
- Yo… ¡Alejandro!
- ¡Chucrut!
- Alejandro, ¡la concha de tu madre! – y lo empujás.
El
capataz, con la ayuda de otros, te da cientos de latigazos hasta que,
con la espalda en carne viva, le das el gusto de decir que sos Chucrut.
Mientras se va curando tu espalda, extrañás a tus viejos y a tus amigos, te preguntás si ya habrá salido Kill Gil,
reconocés que el sistema de los extraterrestres para limpiarse el culo
es mucho mejor que nuestro papel higiénico y bidet, y te acordás de
Mirta Legrand y te preguntás si se habrá limpiado bien el orto cuando
cagó hoy después de almorzar. A la vez, te extrañás que los
descendientes de terrestres que te acompañan acepten ser esclavos,
hablen ese idioma extraño y no piensen en fugarse y volver al planeta
Tierra.
Cuando
tu espalda cicatriza un poco, te obligan a trabajar en los campos de
algodón, y lo hacés solo por la oportunidad de escapar. Mientras
trabajás, te ponés a cantar tango y blues para enseñarle a los de ese
planeta algo de música, ya que escuchan una música de mierda, toda hecha
con computadoras, solo ritmo sin armonía ni melodía ni letra que te
sensibilice.
En
un descuido del capataz, salís corriendo y te fugás de la plantación,
con la esperanza de encontrar una nave que te lleve de regreso a la
Tierra, incentivado por la sensación que llegarás justo para un
concierto de Charly García en el Gran Rex. Pero el capataz y sus
secuaces te agarran y, como castigo, te cortan la mitad del pie derecho.
Atormentado por el dolor, llegás a comprender que en su extraño idioma
te dicen algo así como: “Minga te vas a escapar de nuevo, boludito”.
Entristecido,
te pasás 20 años sin hablar con nadie y añorando el planeta Tierra,
hasta que un día tus huevos están a punto de explotar y sucumbís a los
encantos de la cocinera del lugar, una descendiente de terrestres que
siempre te miró con simpatía y tiene dos tetas enormes. Con ella tenés
una hija, a la que todos en la plantación le hablan en ese extraño
idioma, pero vos siempre te la llevás aparte y le contás que sos del
planeta Tierra, de una ciudad llamada Luján, y señalando un instrumento
de cuerda le explicás que vos a eso le decís guitarra, y junto al río,
mirando un atardecer, le contás de lo nauseabundo que es el Río Luján y
de una tarde que te rateaste de la escuela.
OK.
Algo MUY PARECIDO le pasó a un tal Kunta Kinte en 1767. Kunta era
originario de Juffure, una aldea de Gambia en África. Kunta era hijo de
Omoro y Binta Kinte, y la guitarra le decía Ko, y al río le decía Kamby Bolongo,
y le contó mil veces esa historia a su hija Kizzy, hasta que su hija
fue vendida a otro amo que la violó esa misma noche. De esa violación
salió George, un simpático personaje que se dedicó a la cría de gallos
de pelea, y tuvo varios hijos, entre ellos Tom, el herrero, que resultó
ser el bisabuelo de Alex Haley, un escritor afroamericano que desde
chico escuchaba la historia de Kunta Kinte, transmitida de generación en
generación. Haley dedicó 12 años a investigar documentos de la época, e
incluso viajó a África y logró entrevistarse con un Griot. Un Griot es
una persona que tiene en la cabeza la historia de todas las
generaciones, y las va contando de pueblo en pueblo. El Griot le
confirmó que un tal Kunta Kinte, hijo de Omoro y Binta Kinte, había
salido a buscar madera para hacer un tambor y nunca se había vuelto a
saber de él. Por eso se dice que cuando se muere un Griot es como si se quemase una biblioteca.
Como
dato anecdótico, Alex Haley fue el escritor de la "autobiografía" de
Malcom X. Mientras Malcolm usaba la X porque no sabía cuál era su
verdadero apellido, Haley sabía por lo menos que uno de sus antepasados
era Kinte.
Roots – Capítulo 53 – Extracto
Había
transcurrido otro año, con tanta rapidez que Kunta no podía creerlo, y
las piedritas de la calabaza le revelaron que había alcanzado la
vigésima lluvia. Nuevamente hacía frío, y era la estación de la
“Navidad”. Si bien no había cambiado de opinión acerca del Alá de los
negros, parecían pasarla tan bien que empezó a pensar que su propio Alá
no tendría ninguna objeción si él simplemente observaba las actividades
durante la estación festiva.
Roots – Capítulo 62 – Extracto
Mirándolo
a los ojos, ella se acercó a él, se abrazaron, y por primera vez en sus
treinta y nueve lluvias, él tuvo una mujer entre sus brazos.
Roots – Capítulo 65 – Extracto
Entonces,
bajo la luna y las estrellas, Kunta levantó al bebé y lo dio vuelta, de
manera que el oído derecho estuviera junto a su boca. Luego,
lentamente, con voz clara, en mandinga, susurró tres veces en el
diminuto oído: – Tu nombre es Kizzy. Tu nombre es Kizzy. Tu nombre es
Kizzy. Estaba hecho, como había sucedido con todos los antepasados
Kinte, con él mismo, como habría sido si su hija hubiera nacido en su
país ancestral. Ella fue la primera en enterarse de quién era.
Kunta
sintió que África le corría por las venas, y de él fluía a su hija,
producto de Bell y suyo. Siguió caminando. Luego volvió a detenerse, y
levantando una esquina de la colcha expuso la cara negra de la criatura a
los cielos, y le dijo en mandinga, esta vez en voz alta: – ¡Mira, es lo
único más grande que tú!
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