martes, 6 de septiembre de 2011

Me Llamo Alejandro, Hijo De Cesar Alejandro y Elba Zunilda, Y Al Ko Le Digo Guitarra Y Al Kamby Bolongo Le Digo Río Luján



Imaginate que se te ocurre hacer un tambor, y te alejás de tu ciudad para internarte en un bosque cercano a efectos de encontrar un buen árbol para tu tambor. Entonces te agarran unos extraterrestres (que son parecidos a vos, pero más pálidos, casi transparentes) y te cagan a palos y te meten en una nave espacial con otros cientos de terrestres secuestrados.

 
El viaje hasta su planeta dura más de 3 meses (no se teletransportan) y en el camino se mueren un tercio de los terrestres que te acompañan  (viajan todos apretujados y atados, y lo único bueno del viaje es que te vas apoyando a una alemana de buen culo.)
 
Al llegar a su planeta, te das cuenta que te llevaron para ser esclavo, y ves como te rematan en subasta pública. Te compra un tipo y te lleva en otra nave hasta su plantación de algodón, donde te encontrás con muchos descendientes de terrestres que hablan un idioma extraño y también son esclavos. Entonces viene el capataz transparente y te da a entender que de ahora en más te llamás CHUCRUT. Vos te golpeás el pecho y decís:
 
- Yo… ¡Alejandro!

- ¡Chucrut!

- Alejandro, ¡la concha de tu madre! – y lo empujás.

El capataz, con la ayuda de otros, te da cientos de latigazos hasta que, con la espalda en carne viva, le das el gusto de decir que sos Chucrut.
 
Mientras se va curando  tu espalda, extrañás a tus viejos y a tus amigos, te preguntás si ya habrá salido Kill Gil, reconocés que el sistema de los extraterrestres para limpiarse el culo es mucho mejor que nuestro papel higiénico y bidet, y te acordás de Mirta Legrand y te preguntás si se habrá limpiado bien el orto cuando cagó hoy después de almorzar. A la vez, te extrañás que los descendientes de terrestres que te acompañan acepten ser esclavos, hablen ese idioma extraño y no piensen en fugarse y volver al planeta Tierra.
 
Cuando tu espalda cicatriza un poco, te obligan a trabajar en los campos de algodón, y lo hacés solo por la oportunidad de escapar. Mientras trabajás, te ponés a cantar tango y blues para enseñarle a los de ese planeta algo de música, ya que escuchan una música de mierda, toda hecha con computadoras, solo ritmo sin armonía ni melodía ni letra que te sensibilice.
 
En un descuido del capataz, salís corriendo y te fugás de la plantación, con la esperanza de encontrar una nave que te lleve de regreso a la Tierra, incentivado por la sensación que llegarás justo para un concierto de Charly García en el Gran Rex. Pero el capataz y sus secuaces te agarran y, como castigo, te cortan la mitad del pie derecho. Atormentado por el dolor, llegás a comprender que en su extraño idioma te dicen algo así como: “Minga te vas a escapar de nuevo, boludito”.
 
Entristecido, te pasás 20 años sin hablar con nadie y añorando el planeta Tierra, hasta que un día tus huevos están a punto de explotar y sucumbís a los encantos de la cocinera del lugar, una descendiente de terrestres que siempre te miró con simpatía y tiene dos tetas enormes. Con ella tenés una hija, a la que todos en la plantación le hablan en ese extraño idioma, pero vos siempre te la llevás aparte y le contás que sos del planeta Tierra, de una ciudad llamada Luján, y señalando un instrumento de cuerda le explicás que vos a eso le decís guitarra, y junto al río, mirando un atardecer, le contás de lo nauseabundo que es el Río Luján y de una tarde que te rateaste de la escuela.
 
OK. Algo MUY PARECIDO le pasó a un tal Kunta Kinte en 1767. Kunta era originario de Juffure, una aldea de Gambia en África. Kunta era hijo de Omoro y Binta Kinte, y la guitarra le decía Ko, y al río le decía Kamby Bolongo, y le contó mil veces esa historia a su hija Kizzy, hasta que su hija fue vendida a otro amo que la violó esa misma noche. De esa violación salió George, un simpático personaje que se dedicó a la cría de gallos de pelea, y tuvo varios hijos, entre ellos Tom, el herrero, que resultó ser el bisabuelo de Alex Haley, un escritor afroamericano que desde chico escuchaba la historia de Kunta Kinte, transmitida de generación en generación. Haley dedicó 12 años a investigar documentos de la época, e incluso viajó a África y logró entrevistarse con un Griot. Un Griot es una persona que tiene en la cabeza la historia de todas las generaciones, y las va contando de pueblo en pueblo. El Griot le confirmó que un tal Kunta Kinte, hijo de Omoro y Binta Kinte, había salido a buscar madera para hacer un tambor y nunca se había vuelto a saber de él. Por eso se dice que cuando se muere un Griot es como si se quemase una biblioteca.
 
Como dato anecdótico, Alex Haley fue el escritor de la "autobiografía" de Malcom X. Mientras Malcolm usaba la X porque no sabía cuál era su verdadero apellido, Haley sabía por lo menos que uno de sus antepasados era Kinte.
 
 
Roots – Capítulo 53 – Extracto
 
Había transcurrido otro año, con tanta rapidez que Kunta no podía creerlo, y las piedritas de la calabaza le revelaron que había alcanzado la vigésima lluvia. Nuevamente hacía frío, y era la estación de la “Navidad”. Si bien no había cambiado de opinión acerca del Alá de los negros, parecían pasarla tan bien que empezó a pensar que su propio Alá no tendría ninguna objeción si él simplemente observaba las actividades durante la estación festiva.
 
Roots – Capítulo 62 – Extracto
 
Mirándolo a los ojos, ella se acercó a él, se abrazaron, y por primera vez en sus treinta y nueve lluvias, él tuvo una mujer entre sus brazos.
 
Roots – Capítulo 65 – Extracto
 
Entonces, bajo la luna y las estrellas, Kunta levantó al bebé y lo dio vuelta, de manera que el oído derecho estuviera junto a su boca. Luego, lentamente, con voz clara, en mandinga, susurró tres veces en el diminuto oído: – Tu nombre es Kizzy. Tu nombre es Kizzy. Tu nombre es Kizzy. Estaba hecho, como había sucedido con todos los antepasados Kinte, con él mismo, como habría sido si su hija hubiera nacido en su país ancestral. Ella fue la primera en enterarse de quién era.
Kunta sintió que África le corría por las venas, y de él fluía a su hija, producto de Bell y suyo. Siguió caminando. Luego volvió a detenerse, y levantando una esquina de la colcha expuso la cara negra de la criatura a los cielos, y le dijo en mandinga, esta vez en voz alta: – ¡Mira, es lo único más grande que tú!

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