miércoles, 20 de junio de 2012

El Joven Werther



En 1774, a sus 24 años, el alemán Johann Wolfgang von Goethe escribió una novela sobre un suceso que le había tocado vivir (sufrir). Se había enamorado pérdidamente de una chica llamada Charlote, que estaba comprometida con otro. En la novela, titulada Die Leiden des jungen Werthers (Las Desventuras Del Joven Werther), el personaje, Werther, nos relata la intensa agonía y alteraciones en el estado de ánimo que esta situación provoca, llegando al punto que no se la banca más y se suicida. Es obvio que Goethe sintió
todo eso, salvo que en lugar de suicidarse, lo convirtió en una obra de arte, y luego se habrá enamorado de otra. Sin embargo muchos de sus lectores, cautivados, se mataban de verdad. Hubo más de 2000 suicidos en esa época, ocasionados por lectores que también tenían amores no correspondidos y se identificaban con Werther. Tanta gente se suicidaba que otro escritor decidió editar la novela con el final cambiado: en esta nueva versión, Werther fallaba en su intento de suicidio y luego conquistaba a Charlote. Goethe escribió un poema donde decía que ese escritor se había cagado en la tumba de Werther.

Entre sus lectores que no se suicidaron, se encontraba Napoleón Bonaparte (que siempre llevaba un ejemplar consigo.)

Dejo unos pequeños fragmentos de la carta final de suicidio (dirigida a Charlote) para que vean de qué va:

Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlota yacerán en la tumba los despojos del desgraciado que en los últimos instantes de su vida no encuentra placer más dulce que el placer de pensar en ti. He pasado una noche terrible: con todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi resolución. ¡Quiero morir!

(...)

Ésta es la última vez que abro los ojos; la última, ¡ay de mí! Ya no volverán a ver la luz del sol, que hoy se oculta detrás de una niebla densa y sombría. ¡Si, viste de luto, naturaleza! Tu hijo, tu amigo, tu amante se acerca a su fin. ¡Ah, Carlota!, es una cosa que no se parece a nada y que sólo puede compararse con las percepciones confusas de un sueño, el decirse: “¡Esta mañana es la última!”
Carlota, apenas puedo darme cuenta del sentido de esta palabra: “¡La última!” Yo, que ahora tengo la plenitud de mis fuerzas, mañana estaré sobre la tierra rígido y sin vida. ¡Morir! ¿Qué significa esto? Ya lo ves: los hombres soñamos siempre que hablamos de la muerte. He visto morir a mucha gente; pero somos tan pobres de inteligencia, que a pesar de cuanto vemos, nunca sabemos nada del principio ni del fin de la vida. En este momento todavía soy mío..., todavía soy tuyo, si, tuyo, querida Carlota; y dentro de poco..., ¡separados.... desunidos, quizá para siempre! ¡No, Carlota, no! ¿Cómo puedo dejar de ser? Existimos, sí. ¡Dejar de ser! ¿Qué significa esto? Es una frase más, un ruido vano que mi corazón no comprende. ¡Muerto, Carlota! ¡Cubierto por la tierra fría en un rincón estrecho y sombrío!

(…)

¿Te acuerdas de las flores que me enviaste el día de aquella enojosa reunión en que ni pudiste darme la mano ni decirme una sola palabra? Pasé la mitad de la noche arrodillado ante las flores, porque eran para mí el sello de tu amor; pero, ¡ay!, estas impresiones se borraron como se borra poco a poco en el corazón del creyente el sentimiento de la gracia que Dios le prodiga por medio de símbolos visibles. Todo perece, todo; pero ni la misma eternidad puede destruir la candente vida que ayer recogí en tus labios y que siento dentro de mí.

(…)

Sereno y tranquilo voy a llamar a la puerta de bronce del sepulcro. ¡Ah, si me hubiese cabido en suerte morir sacrificándome por ti! Con alegría con entusiasmo hubiera abandonado este mundo, seguro de que mi muerte afianzaba tu reposo y la felicidad de toda tu vida. Pero, ¡ay!, sólo algunos seres privilegiados logran dar su sangre por los que aman y ofrecerse en holocausto para centuplicar los goces de sus preciosas existencias.

 

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