En 1774, a sus 24 años, el alemán Johann Wolfgang von Goethe
escribió una novela sobre un suceso que le había tocado vivir
(sufrir). Se había enamorado pérdidamente de una chica llamada
Charlote, que estaba comprometida con otro. En la novela, titulada Die
Leiden des jungen Werthers (Las Desventuras Del Joven Werther),
el personaje, Werther, nos relata la intensa agonía y alteraciones en el estado de
ánimo que esta situación provoca, llegando al punto que no se la banca más y se suicida. Es obvio que
Goethe sintió
todo eso, salvo que en lugar de suicidarse, lo
convirtió en una obra de arte, y luego se habrá enamorado de otra.
Sin embargo muchos de sus lectores, cautivados, se mataban de verdad.
Hubo más de 2000 suicidos en esa época, ocasionados por lectores
que también tenían amores no correspondidos y se identificaban con Werther. Tanta gente se
suicidaba que otro escritor decidió editar la novela con el final
cambiado: en esta nueva versión, Werther fallaba en su intento de
suicidio y luego conquistaba a Charlote. Goethe escribió un poema
donde decía que ese escritor se había cagado en la tumba de
Werther.
Entre sus lectores que no
se suicidaron, se encontraba Napoleón Bonaparte (que siempre llevaba
un ejemplar consigo.)
Dejo unos pequeños
fragmentos de la carta final de suicidio (dirigida a Charlote) para que vean de qué va:
“Cuando
leas estas líneas, mi adorada Carlota yacerán en la tumba los
despojos del desgraciado que en los últimos instantes de su vida no
encuentra placer más dulce que el placer de pensar en ti. He pasado
una noche terrible: con todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi
resolución. ¡Quiero morir!
(...)
“Ésta
es la última vez que abro los ojos; la última, ¡ay de mí! Ya no
volverán a ver la luz del sol, que hoy se oculta detrás de una
niebla densa y sombría. ¡Si, viste de luto, naturaleza! Tu hijo, tu
amigo, tu amante se acerca a su fin. ¡Ah, Carlota!, es una cosa que
no se parece a nada y que sólo puede compararse con las percepciones
confusas de un sueño, el decirse: “¡Esta mañana es la última!”
Carlota,
apenas puedo darme cuenta del sentido de esta palabra: “¡La
última!” Yo, que ahora tengo la plenitud de mis fuerzas, mañana
estaré sobre la tierra rígido y sin vida. ¡Morir! ¿Qué significa
esto? Ya lo ves: los hombres soñamos siempre que hablamos de la
muerte. He visto morir a mucha gente; pero somos tan pobres de
inteligencia, que a pesar de cuanto vemos, nunca sabemos nada del
principio ni del fin de la vida. En este momento todavía soy mío...,
todavía soy tuyo, si, tuyo, querida Carlota; y dentro de poco...,
¡separados.... desunidos, quizá para siempre! ¡No, Carlota, no!
¿Cómo puedo dejar de ser? Existimos, sí. ¡Dejar de ser! ¿Qué
significa esto? Es una frase más, un ruido vano que mi corazón no
comprende. ¡Muerto, Carlota! ¡Cubierto por la tierra fría en un
rincón estrecho y sombrío!
(…)
“¿Te
acuerdas de las flores que me enviaste el día de aquella enojosa
reunión en que ni pudiste darme la mano ni decirme una sola palabra?
Pasé la mitad de la noche arrodillado ante las flores, porque eran
para mí el sello de tu amor; pero, ¡ay!, estas impresiones se
borraron como se borra poco a poco en el corazón del creyente el
sentimiento de la gracia que Dios le prodiga por medio de símbolos
visibles. Todo perece, todo; pero ni la misma eternidad puede
destruir la candente vida que ayer recogí en tus labios y que siento
dentro de mí.
(…)
“Sereno
y tranquilo voy a llamar a la puerta de bronce del sepulcro. ¡Ah, si
me hubiese cabido en suerte morir sacrificándome por ti! Con alegría
con entusiasmo hubiera abandonado este mundo, seguro de que mi muerte
afianzaba tu reposo y la felicidad de toda tu vida. Pero, ¡ay!, sólo
algunos seres privilegiados logran dar su sangre por los que aman y
ofrecerse en holocausto para centuplicar los goces de sus preciosas
existencias.
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