martes, 18 de noviembre de 2014

Los Calzoncillos Rotos Y Los Accidentes



Muchas madres de los de mi generación tenían una gran preocupación por el cuidado de la ropa interior de sus hijos. Sospecho que las de otras generaciones también. Por eso siempre nos decían que no usemos calzoncillos rotos (¡justo aquellos con los que nos habíamos encariñado!) Cuando uno las cuestionaba aduciendo que no tenía importancia ya que nadie los iba a ver, ellas nos respondían que podíamos tener un accidente y sería una
vergüenza. ¿Qué iban a pensar las enfermeras? ¡Horror! Se comentaría en todo el pueblo que la madre de ese chico era la peor madre del mundo, una dejada asquerosa que le permitía usar calzoncillos rotos. Nosotros nos sorprendíamos al ver que parecían preocuparse más por el calzoncillo que por el accidente, y nos imaginábamos que una camioneta nos atropellaba y, en la sala de terapia intensiva, nuestras madres entrarían (esquivando los controles) con un calzoncillo reluciente para que nos cambiemos, y nos retarían por usar el agujereado, incluso antes de revisar si teníamos el suero bien colocado. Por eso, y otras cosas (como la exigencia de tender la cama), pensábamos que los adultos eran raros.

Si hoy mi vieja viese el cajón donde guardo mis calzoncillos, seguramente se horrorizaría, porque no creo que haya alcanzado la iluminación, es decir, el poder de darse cuenta que el accidente es más grave que el calzoncillo. Lo que no sospecha es que uno guarda los calzoncillos más presentables para las ocasiones especiales. Y tampoco sospecha que si se llega a dar la rara ocasión en que hay que tener sexo sorpresivo, la chica no llegará a ver mi calzoncillo roto porque la emoción que me embarga en esas ocasiones hace que desenfunde con una rapidez que me envidiarían en el lejano oeste.


Debo confesar que procastrineo la compra de calzoncillos. Incluso si estoy en un shopping y hay 12 cuotas sin interés, siempre lo dejo para otro día. Igual, la insistiencia en el tema nos marcó tanto que, a la hora de elegir ese agujereado que nos resulta comodísimo, pensamos que quizás hoy sea el día en que nos atropellará la camioneta y debamos afrontar la vergüenza del calzoncillo roto visto por la enfermera. Sin embargo, a esta altura, más me preocupa que encuentre frenadas indiscriminadas o incluso quesito, antes que algún calzoncillo impresentable.

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