viernes, 30 de septiembre de 2016

Bruce Meet The Beatles




(Extraído de "Born To Run", la autobiografía de Bruce Springsteen publicada el 27/09/2016)



Desde el otro lado del mar, los dioses regresaron, justo a tiempo. Eran días duros en casa. El acné explotaba en mi cara y aquel viejo cabrón de Ed Sullivan, que se había convertido en mi héroe nacional, me la volvió a jugar. Que comience la batalla. «Señoras y señores, desde Inglaterra… ¡¡The Beatles!!» Ed pronunció las palabras «The Beatles» mejor que nadie en el mundo. Saltaba del «The» para rápidamente golpear y enfatizar el «Beat», y a
continuación salía de escena con el «les». Todo ello me asaltaba y sacudía mi cuerpo con una expectación de diez mil vatios de alto voltaje. Allí estaba yo sentado, con el corazón palpitante, esperando ver por vez primera a mis nuevos salvadores, esperando escuchar las primeras notas redentoras brotando de las guitarras Rickenbacker, Hofner y Gibson en sus manos. The Beatles… The Beatles… The Beatles… The Beatles… The Beatles… The Beatles… un mantra de «it ain’t no sin to be glad you’re alive» («no es pecado alegrarse de estar vivo») y, al mismo tiempo, el peor y el más glorioso nombre de grupo en toda la historia del rock and roll. En 1964 no había palabras más mágicas en la lengua inglesa (bueno… quizá «Sí, puedes tocarme ahí abajo»).

Escuché por primera vez a los Beatles yendo en el coche con mi madre por South Street, la radio centelleando ante mis ojos al tratar de contener el sonido, las armonías de «I Want to Hold Your Hand». ¿Por qué sonaban tan diferentes? ¿Por qué eran tan buenos? ¿Por qué me sentía tan excitado? Mi madre me dejó en casa, pero salí disparado hacia la bolera de Main Street donde solía pasar las horas después de la escuela inclinado sobre las mesas de billar, sorbiendo una Coca-Cola y comiéndome unas galletas de mantequilla de cacahuete Reese’s. Me metí en la cabina telefónica y llamé a mi novia, Jan Seamen. 
–¿Has oído a los Beatles?
–Sí, molan…
Mi siguiente parada fue Newbury’s, el todo a cien del centro del pueblo. (...)  Lo primero que encontré fue algo titulado The Beatles with Tony Sheridan and Guests. Una estafa. Los Beatles haciendo coros a un cantante del que no había oído hablar interpretando «My Bonnie». Lo compré. Y lo escuché. No era muy bueno, pero sí lo más cerca que podía estar de ellos. 
Volví cada día a la tienda hasta que LO encontré. Aquella portada, la mejor portada de álbum de la historia (junto a la de Highway 61 Revisited). Lo único que se leía era Meet The Beatles. Exactamente lo que yo anhelaba, conocer a los Beatles. Aquellos cuatro rostros en sombras, el monte Rushmore del rock and roll y… EL PELO… EL PELO. ¿Qué significaba aquello? Fue una sorpresa, una conmoción. En la radio no se les veía. Hoy es prácticamente imposible explicar el efecto de… EL PELO. Las palizas, los insultos, los riesgos, el rechazo y la condición de marginado que debías aceptar si te dejabas crecer el pelo así. En años posteriores, solo la revolución punk de los setenta iba a permitir a los chicos de pueblo mostrar físicamente su «otredad», su rebelión. En 1964, Freehold era muy careta y no faltaban tipos dispuestos a llegar a las manos para mostrar su rechazo a tu elección de estilo. Ignoré los insultos, evité como pude las confrontaciones físicas e hice lo que debía. Nuestra tribu era pequeña, quizá dos o tres en todo el instituto, pero iba a aumentar de modo significativo y poderoso, luego de forma absurda… aunque no por un tiempo… y entretanto cada día amanecía con la promesa de conflicto. En casa aquello significó echar más combustible al desagradable fuego que ardía entre mi padre y yo. Su primera reacción fue reírse. Era divertido. Luego, ya no tanto. Y se enfadó. Al final lanzó la pregunta candente: «Bruce, ¿eres marica?». No bromeaba. Mi padre tendría que superarlo. Pero antes, las cosas se pusieron feas.

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