lunes, 3 de enero de 2011

Keith Richard Bardea Con Estilo


Desde chiquito escucho sobre las peleas de Mick Jagger versus Keith Richard, la relación amor-odio por excelencia. Quizás tenga algo de promocional, pero ha colaborado a mitificar a la banda más grande de Rock’n’Roll. Sus peleas tendrían el mismo interés que los que se pelean en el programa de Tinelli, si no hubiesen compuesto grandes canciones como Gimme Shelter, Midnight Rambler o Worried About You, y hacernos tan felices cada vez que pudimos verlos en vivo.

Ya se editó en inglés Life, la autobiografía de Keith. Parece que se acuerda bastante.
Desde que se conoce la noticia, los fanáticos hemos incrementado nuestra elaboración de babas, como si nos dijeran que dentro de poco vamos poder garcharnos a Scarlett Johansson.

Pero ya se pueden pispear varias partes en castellano, incluso una en donde Keith habla de Mick. Esto es lo que yo llamo una bardeada con estilo, pegando donde más duele. Primero se victimiza (él me subestimaba y a mí me dolía), luego se diferencia (a él le gusta el poder y a mí el arte), y luego el golpe final (ya no es lo que era y Charlie y yo nos cagamos de risa a sus espaldas.)

“Cuando me limpié de heroína, a principios de los ‘80, perdí a Mick. Me di cuenta de que Mick había disfrutado una parte de que yo fuera un yonqui, la parte que no interfería con el negocio. Ahora aquí estaba yo, limpio. Volví con la actitud de OK, muchas gracias, de verdad. Quiero aliviarte del peso. Gracias por llevar la carga estos años en los que estuve ido. Te voy a recompensar. Nunca me mandé una enorme cagada, siempre te di buenas canciones para cantar. La única persona que se arruinó fui yo. Creo que esperaba una especie de explosión de gratitud, algo como ‘gracias a Dios, compañero’. Pero me encontré con que él era el jefe. Yo preguntaba qué está pasando acá, por qué hacemos esto, y no me respondía nada. Nada de nada. Y me di cuenta de que Mick tenía todas las cuerdas y no quería soltar ni una sola. No sabía que el poder y el control eran tan importantes para Mick. Siempre pensé que trabajábamos sobre lo que era mejor para nosotros. Mick se había enamorado del poder mientras yo era... artístico. La frase de ese período que todavía me resuena en los oídos es “Oh, Keith, callate”. La usaba mucho, muchas veces, en reuniones importantes, en cualquier lado. Incluso antes de que yo empezara a expresar una idea, era “Callate, Keith, no seas estúpido”. Ni se daba cuenta de lo que hacía. Era tan violento y grosero. Lo conozco hace demasiado, y se lo podía dejar pasar. Pero pensaba en eso todo el tiempo y dolía.
Mick se volvió inseguro, empezó a dudar de su talento, y ésa es, en mi opinión e irónicamente, la raíz de su arrogancia. Durante muchos años en los ‘60 Mick fue increíblemente encantador y gracioso. Era natural, fascinante. En algún momento, sin embargo, se volvió artificial. Se olvidó de lo bueno que era en espacios pequeños. Se olvidó de su ritmo natural. Sé que no está de acuerdo conmigo. Se olvidó de que él era novedoso, que creaba e imponía las modas, que lo hizo durante años. Es fascinante. Yo no lo entiendo. Es como si Mick aspirara a ser Mick Jagger, persiguiendo su propio fantasma. Nadie le enseñó a bailar hasta que tomó lecciones de baile. Charlie y Ronnie y yo solemos reírnos cuando lo vemos hacer un movimiento que aprendió de un instructor en vez de uno propio. Sabemos al instante cuándo se vuelve de plástico. Mierda, Charlie y yo venimos viendo ese culo desde hace 40 años: sabemos cuándo se sacude y cuándo le dijeron qué hacer... Me encantaba estar con Mick, pero no visito su camarín desde hace 20 años. A veces extraño a mi amigo. ¿A dónde demonios se fue?”

Sin embargo, ya conocemos este juego. Mick todavía no editó su autobiografía y, a no dudarlo, se quedará con la última palabra y tratando de que pensemos que él es el más piola.

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