viernes, 14 de enero de 2011

La Previa


Cuando miro, en televisión o en fotos-Facebook, “las previas” que realizan los adolescentes antes de salir, pienso que eso lo inventamos mis amigos y yo en la década del 80.

Se evidencia que es un pensamiento demasiado pelotudo, ya que cualquiera sabe que la gente se reúne a escabiar desde antes de Jesucristo. Sin embargo, tengo algunas justificaciones para que mi pensamiento pase de ser demasiado a solo bastante pelotudo.

La previa no tiene por objeto disfrutar de las bebidas alcohólicas sino del estado que las mismas te provocan. No es necesario que el vino sea bueno, pero es necesario que se beba en la modalidad fondo-blanco.

A mis amigos y a mí nadie nos explicó lo que era una “previa”, ni nos incitó para que la hiciéramos.
Nos nació de manera espontánea porque no teníamos plata para emborracharnos dentro del boliche. Con el tiempo, nos dimos cuenta que era más divertida la “previa” que el mismo boliche.

Ahora parece que todos hacen “la previa” (y es un tema de análisis periodístico), pero en la década del 80’ no era algo tan común. En los boliches, veíamos a otros chicos que estaban sobrios, y uno no podía evitar pensar que eran muy raros. El recuerdo más contundente que tengo al respecto sucedió en Bariloche. Estábamos en un hotel lleno de estudiantes de distintas localidades, pero a la hora de ir al boliche, los únicos que bajábamos borrachos, cada noche, éramos nosotros. Recuerdo en especial una escuela de Hurligham, donde todos los pibes parecían ser metrosexuales. Bajaban con sus cuerpos de gimnasio, sus ropas raras, perfumidatos, con el pelo hiper arreglado, algunos hasta con sombreros (????), completamente sobrios. Yo los miraba y pensaba: “¿Qué les pasa a estos pelotudos? ¿Vinieron a subir al Cerro Catedral nomás?” Incluso los interrogué al respecto pero no tenían respuestas coherentes. Por ahí cogían más que nosotros, pero no saben lo que se perdieron.

Nosotros, los lujaneros, teníamos un sistema aceitadísimo para hacer “la previa”, que incluía compra de bebidas en el supermercado; entrada de las botellas al hotel, contrariando las duras advertencias de los conserjes; designación de una habitación en la que todos los varones nos reuniríamos a escabiar; métodos para enfriar la bebida; escondida de las botellas antes de salir para que no nos expulsaran del hotel (unas mucamas no nos delataron a pesar de su sorpresa por la cantidad). No había un líder ni un cerebro organizativo, sino una inteligencia colectiva que nos hacía estar en todos los detalles porque, de no poder hacer “la previa”, no tenía sentido estar en Bariloche. Lo que más me enorgullece era que todos los varones escabíamos juntos, mientras las chicas no solo no escabiaban, sino que se pelearon.

Por eso, le dedico este post a todos mis amigos varones que me acompañaron a Bariloche en octubre del 89 y se emborracharon cada noche conmigo, la mayoría de los cuales vi el sábado pasado en la Peña Orka-Cecarro.

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