domingo, 24 de abril de 2011

Rememberin’ Holidays (“There’s A Fine Line Between Travellin’ And Becoming A Monster”)


Si mi amigo Mariano se pone las pilas, entre el 17/06 y el 09/07 estaré en Madrid, Barcelona, Praga, Kohln, Berlín, Varsovia, y quizás otros puntos. Ya tengo el pasaje pero no tengo la autorización de Europa. Esto me hizo recordar algo que había publicado en mi anterior blog, en febrero del 2010, y que transcribo a continuación:

Rememberin’ Holidays (“There’s A Fine Line Between Travellin’ And Becoming A Monster”)


 (Dedico este post a mis queridos escritores J.D.Salinger y Tomás Eloy Martinez, que si no se hubiesen muerto en estos días y lo leyeran, seguro lo aborrecerían.)

Hace como 20 años tuve el deseo que, aunque sea durante mis vacaciones, me pasaran historias similares a las que le pasan a Joaquín Sabina en sus canciones.


En Bariloche respiré libertad por primera vez.

En más de 10 Villa Geselles, cuando los boliches cerraban nos quedábamos con mis amigos correteando chicas por la 3, y me gustaba tanto que me daba cuenta que estaba asistiendo al nacimiento de mis nostalgias. Siempre me deprimía porque pensaba que esa era la última vez, que ya no se repetiría, pero el tiempo me enseñó que Gesell siempre da revancha.

En Miami, a la salida de los boliches, prostitutas maleducadas y de mal gusto te manoteaban el ganso mientras decían: “Argentinou, ¿quieres couger?”, mientras que en La Habana, ni siquieran se llamaban prostitutas, eran reinas en simpatía y te hacían sentir similar a Dios en el instante en que se le ocurrió el Big Bang.

De un parque nocturno de Orlando me echaron por hacer algo “against the law” (comprarle una birra a una argentina mayor de 18 y menor de 21.) Varadero es una gilada para turistas que poco tiene que ver con Cuba. Trinidad cumplía 500 años cuando la visité, y había fiesta en las calles día y noche. Por unas moneditas, a precio cubano, te vendían unas sandwichitos de carne de cerdo que eran una delicia, y el baile callejero y las bandas tocando en las calles no terminaban nunca. La fiesta tenía un nombre bien cubano: “Semana De La Cultura”.

En Pinamar vi a Charly García en varios barcitos, donde tocó porque conseguimos un auto para llevar sus teclados, guitarras y parlantes: el mío.

Cuando me acuerdo de Río de Janeiro se me pone la piel de gallina de tanto que me gustó esa ciudad. En Salvador de Bahía, más al norte, comprobé que era verdad toda la magia con la que el GENIAL escritor Jorge Amado pintaba ese lugar. En una isla cercana, llamada Morro de San Pablo, estuve en el paraíso. Era una isla sin autos ni policías uniformados, donde las nativas, que se reían todo el tiempo, te llevaban a conocer los rincones más inconfesables de la isla, mientras uno les enseñaba canciones de La Renga. Una noche había una fiesta electrónica en una isla cercana, y fuimos en barco (la otra forma de ir era nadando.)

En Camboriú podíamos gastar a los brasileros, ya que cuando fui habíamos salido campeones y subcampeones en los dos últimos mundiales, y ellos no habían ganado nada desde 1970.

En Madrid bebí por la zona de Aston Martins, donde comprobé que, como dice Sabina, “hay más bares que en toda Noruega”. En la cosmopolita Barcelona (o Barceloca) fui a boliches que abrían a las 7 de la mañana. En Sitches conocí el bar subterráneo de mi amigo el Paleta, que tiene un cartel en la puerta que dice que abre a las 23:07 porque el Paleta llega 7 minutos tarde a todos lados. En Ibiza dormí en el Titanic. En una isla cercana, Formentera, vi que el mar era de diferentes tonos de violeta, y toda la gente estaba en bolas totales (genitales al viento, nada de topless) A la noche, en los bares, uno podía hablar con una italiana a la que a la que había pasado toda la tarde en la playa mirándole la concha (pero disimuladamente, eh.)

En Londres fui de gira de bares desde las 5 de la tarde, cuando se llenan con los que salen de laburar. Es verdad que a las 22:50 tocan una campana para que te compres toda la birra que quieras porque desde las 23 no venden más, pero te podés quedar con las que ya te compraste, contento si esa tarde anduviste por Abbey Road.

En Amsterdam, más allá de que todo es legal, me llamó la atención que uno puede mear en la calle. Ponen en cada esquina una especie de esquinero plástico que permite que 4 meadores puedan hacerlo a la vez, mientras la policía te mira mear sonriendo. No tienen muy buen olor, pero evitan un montón de problemas, ya que la ciudad esa vive de fiesta. A la tardecita, volví al hotel a bañarme, y vi por la televisión que el intendente de Amsterdam había estado bailando, esa misma tarde, arriba de un camión lleno de gente. Están locos esos holandeces.

En Kolhn, Alemania, un amigo me había dicho que, a la noche, los subtes estaban llenos de rubias espectaculares que iban escabiando y riendo, que eso estaba permitido y lo hacían como una especie de previa. No le creí porque mi amigo es exagerado, pero era re-verdad. Eran un montón solo en nuestro vagón.

En Santiago de Chile comprobé que es verdad que la policía chilena es re-facha. No se curan más estos chilenos.

A Mar del Plata fui a los 19 años, y cuando volví a los 38… tuve 19 otra vez.

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