domingo, 24 de abril de 2011

Un Fin De Semana En Ámsterdam


El primer sábado de Agosto del 2008 lo pasé en Ámsterdam. Recorrí, en un auto alquilado, los 500 kms que la separan Kolhn (Alemania.) Iba con un amigo lujanero que vivía ahí, y otros dos argentinos que también vivían ahí. Llegamos como a las 14:00 y nos registramos en un hostel atemorizante. Digo atemorizante porque era una habitación para 25, y donde solo había un individuo de tez negra, sentado en una cama, mirando un punto fijo en la pared, con las retinas de sus ojos alejadas 30 centímetros de su cara. Nos pareció sospechoso. Dejamos las mochilas y nos fuimos a recorrer Ámsterdam.
 

Guardamos el auto en un estacionamiento subterráneo y, al llegar a la superficie, nos sorprendimos por el clima fiestero de la ciudad. Había miles de personas en las calles, tomando birra compradas en puestitos callejeros, y pasaban barquitos con gente enfiestada bailando. Yo me pregunté dónde estaba, ya que los sábados a las 14:00, en Luján, no hay tanta joda (la gente está tirándose pedos en la sobremesa luego de comerse un asado.) Tuve el último rastro de lucidez cuando abandonábamos el estacionamiento. Dije: “Che, ¿alguien ubica donde dejamos el auto, no?” Me dijeron que no me preocupase mientras comprábamos la primera cerveza y buscábamos un caffe shop.

No recuerdo mucho esa noche. Quizás nos topamos con algún estafador. Recuerdo tomar una especie de tranvía, para ir a otra zona, y preguntarme: “¿Para qué vamos a esa zona si total no conocemos la zona en la que estábamos? ¿Cómo sabemos que la otra zona es mejor?” pero no decirlo en voz alta porque todo me daba lo mismo. Recuerdo que hablamos con una española, que atendía un bar y tenía muchos piercings, que se quejaba de que haya tantos gays y nos decía que teníamos que cerrar una calle para hacer una fiesta de héteros. Recuerdo pasear por la zona roja, y recuerdo pasar por algunas esquina copadas por gays: armaban como un boliche en la calle, ponían música, luces, escenario, y por poco se cogían al aire libre (se mordían las tetillas y todo eso). Cada vez que atravesaba una de esas esquinas me daba miedo que me toquen el orto.

Lo que más me gustaba era que, en casi todas las esquinas, había “meaderos”. Era como un plástico dividido en cuatro compartimientos, donde podían mear cuatro a la vez. No tenían muy buen olor pero descubrí que me encanta mear mirando pasar a las chicas, o viendo que la policía te mira y solo te sonríe.

Al otro día, antes de irnos, vimos por la tele que el Primer Ministro había participado en los festejos, bailando en un barco lleno de gays. Luego fuimos a buscar el auto pero, obviamente, ninguno de los cuatro tenía la menor idea de dónde lo dejamos. Puedo decir que conozco Ámsterdam como la punta de mi mano, porque nos pasamos 5 horas (¡cinco!) tratando de encontrar ese estacionamiento. La única forma que encontramos fue agarrar un mapa y recorrernos TODOS los estacionamientos de Ámsterdam. TODOS. En un momento me di por vencido, ya me veía viviendo ahí por el resto de mi vida como un vagabundo. Por suerte, los otros dos pibes se pusieron la búsqueda al hombro (recuerdo un diálogo muy largo y bizarro con un japonés) y finalmente encontramos el auto. Me senté con la rodilla hecha mierda, porque entramos por una puerta que no correspondía, y justo se cerró automáticamente cuando yo estaba pasando. Programé el GPS a Kohln, y a la medianoche ya estábamos ahí.

Algo ya había escrito acá:

No hay comentarios.: