viernes, 6 de agosto de 2010

Puntitos Que Se Hacen Cada Vez Más Chiquitos Hasta Que Desaparecen


La vida y el arte suelen tener, cada tanto, esas escenas donde dos personas que se quieren mucho se tienen que separar, y saben que no volverán a verse por mucho tiempo o nunca más. Hay un montón de “escenas” rompe-corazones, donde alguien, después de un abrazo, se queda mirando a un tren o un barco alejarse, y se da cuenta que ya no hay vuelta atrás. Ahí siempre me pregunto “¿Para qué existe la distancia?”, en otro de mis cuestionamientos boludos y sin sentido.


Algunas religiones orientales afirman que, en altos niveles de percepción, la distancia no existe.


Yo recuerdo una escena del libro “Vamos A Calentar El Sol” de José Mauro de Vasconcelos, donde sobre el final del libro, Zezé se vuelve en barco y su querido Paul Louis Fayolle lo va a despedir al puerto. Zezé no quería que el Padre sacase su pañuelo a cuadros, porque sabía que eso le iba a partir el corazón. Cuando el barco zarpó, Zezé se queda mirando al puerto, hasta que el Padre se convirtió en un puntito tan chiquito que ya no podía verlo. Lo debo haber leído 15 veces, y las 15 veces me hizo mierda esa parte. Recuerdo que en algunas de las re-leídas, mientras disfrutaba de los sucesos anteriores, cuando Zezé era un preadolescente problemático al que solo este Padre entendía, trataba de entrar en la frecuencia de saber que algunas páginas más adelante se iban a separar, pero no podía. Para entrar en esa frecuencia se necesita un período de ambientación.


Por eso, dedico esta entrada de blog a todos los lectores que seguramente alguna vez le pasó algo parecido, ya sea que abrazaron a alguien en el aeropuerto, o se quedaron mirando un auto que cada vez se hacía más chiquito y se llevaba a ese que tanto querían, o se quedaron mirando como se terminaba un entierro y, viendo que la gente comenzaba a irse, quisieron quedarse un rato más porque no podían aceptarlo.


No hay comentarios.: