martes, 5 de abril de 2011

Habemus Papa

(Extraído de la Revista Barcelona, Nº 209, Sección "Diccionario Político de Barcelona" - Papa


Elección. Los Papas son electos en un cónclave que se realiza con el cadáver del Papa anterior todavía fresco. Como en toda democracia elitista, sólo votan los cardenales ilustrados, y algunos negros y latinoamericanos, que sirven para darle cierto aire aperturista al centralismo europeo de la Iglesia. Durante la elección, los cardenales que aspiran a la infalibilidad mueven sus aparatos
eclesiales y se dedican a la rosca, la transa y la dádiva para lograr su objetivo. Una vez que los prelados votan mayoritariamente por el mal menor eclesial, festejan mediante la salida de humo blanco por una chimenea vaticana y todos simulan alegrarse por el nuevo representante de Dios. Hasta la última elección de 2005, que consagró a Joseph Ratzinger, había consenso en no elegir a un Papa negro ni a un comunista. Sobre la elección de pedófilos se ha dado un intenso debate, porque históricamente la Iglesia no ha tenido objeciones respecto de quienes ejercen el Parvulus Coitum e incluso varios pontífices fueron sospechados de tener un cariño excesivo hacia los menores, pero en las últimas décadas se ha sugerido que no sería conveniente la elección de un violador de niños “para evitar el escándalo que daría pasto a la prensa atea”.

Nombres y apodos. El siglo XX trajo algunas novedades a la Iglesia Católica. Una de las más populares fue ponerle a los Papas apodos vinculados con la supuestas virtudes de su papado. Uno de los primeros en obtener un apelativo fue Pío XII (1939-1958), conocido en su época como “el Papa Nazi” por su reconocido apoyo a una corriente política en boga en esos años. Lo sucedió Juan XXIII (1958-1963), llamado “el Papa Bueno”, para destacar su labor fraternal frente a la política de los anteriores pontífices, que habían sido unos verdaderos hijos de puta. La corriente bondadosa se frenó con la llegada de Paulo VI (1963-1978), conocido como “el Papa Que Deja Hacer” en alusión a su disimulo y falta de compromiso frente a las hambrunas africanas, las matanzas de las dictaduras militares latinoamericanas y los genocidios de Asia. La grey católica se vio en dificultades para ponerle un sobrenombre al siguiente Papa, Juan Pablo I (1978-1978), porque no tuvo tiempo de ser lo suficientemente bueno o malo para ser calificado, así que el Departamento de Marketing del Vaticano se decidió por el descriptivo “el Papa Breve”, aunque popularmente también se lo llamó “el Papa Envenenado”. La gran estrella de los apodos papales fue sin duda Juan Pablo II (1978-2005), quien fue llamado “el Papa Anticomunista”, “el Papa Homofóbico”, “el Papa Hipócrita” y “el Papa Más o Menos”, según los intereses del grupo que lo calificaba. El actual Papa, Benedicto XVI (2005), es un verdadero dolor de cabeza para el ingenio católico. Pese a calificar –con carnet incluido- para ser “el Papa Nazi”, ese apodo fue descartado ya que es, históricamente, propiedad de Pío XII; su inoperancia lo llevó a ser destacado en los primeros meses de papado como “el Papa con Sombrero” porque usaba con frecuencia ese atuendo, pero cuando abandonó esa costumbre hubo que reclasificarlo. Actualmente, las continuas denuncias judiciales contra sacerdotes y obispos pedófilos que salpicaron hasta al propio hermano del Papa llevaron a reconocerlo como “el Papa Manchado”.

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