martes, 27 de septiembre de 2011

El Expreso Siberiano


Aeropuerto de Berlín, Viernes 2 de Julio de 2011, 19:00 hs.

A las 20:00 salía el avión que nos iba a llevar de Berlín a Varsovia. Llegaríamos a las 22:00, y nos encontraríamos con otros tres argentinos que habían llegado unas horas antes desde diferentes puntos. La excusa: pasar un fin de semana en Varsovia. Por eso llegamos con tiempo.

La noche anterior habíamos conocido algunos tugurios de música electrónica, llenos de berlinesas bailando con desfachatez, seguro empastilladas. Todas me parecían hermosas pero me amedrentaban un poco. Ese día habíamos hecho el esfuerzo de levantarnos temprano, para caminar sin parar recorriendo todo Berlín entre las 10:00 y las 19:00, hora que llegamos al aeropuerto con todo el tiempo necesario para hacer bien las cosas.


En la cola de nuestro vuelo algo olía mal. Era un vuelo a Polonia, sin embargo la cola estaba llena de gente de color negro, casi todas con decenas de valijas. Muchos eran familias con hijos chicos. Lo más extraño era que la cola no se movía. Estaban atendiendo a un negro que tenía como treinta valijas, y no terminaba nunca. A veces terminaba y se iba y al rato volvía a mostrar sus tickets y tardaba muchos minutos más. Pensé que todos se estarían mudando de Alemania a Polonia, pero me parecía raro. Preguntamos si esa era la cola correcta, y dos o tres veces nos dijeron que sí. No andaba el cartel que indicaba el vuelo pero empleados del aeropuerto nos dijeron que esa era la cola. Había que hacer un check-in con unas maquinitas, pero no andaban, así que nos pusimos en la cola. Total teníamos tiempo.

Atrás nuestro había una polaca, y entablamos conversación. Vivía en Bélgica, pero estaba yendo a Varsovia porque al otro día, al mediodía, se casaba una amiga. Nos contó que estaba estudiando portugués pero que le parecía más difícil que el alemán y el ruso. Nos dijo también que Polonia le parecía un lugar muy seguro para ella, pero no así para los turistas. De hecho, planeaba volver a vivir en Varsovia porque Bruselas le parecía muy inseguro. Laburaba en la empresa Merck & Sharp, que es la que hace la única cocaína legal, la que tomaba Keith Richards (gracias a un gran empresario farmaceútico amigo suyo) y por eso no le pegaba mal.

Entre charla y charla, se hicieron las 19:40 y preguntamos otra vez (en realidad, fuimos a quejarnos porque la cola no avanzaba y se estaba haciendo la hora.) Entonces nos anoticiaron que el vuelo ya estaba cerrado. Mi amigo se desesperó y empezó a hablar de bromas y cámaras ocultas. La Polaca imploraba que la dejen subir, que el avión todavía no había salido y que no había sido un error nuestro. Los empleados llamaron por teléfono y nos dijeron que no podían hacer nada, que si queríamos seguir quejándonos vayamos a la oficina de la empresa (que quizás nos resolvieran ese problema) pero que era imposible que subamos a ese avión. Yo sospechaba que el vuelo se había suspendido porque… nadie había subido y los únicos tres pelotudos que estábamos quejando éramos nosotros (todos los negros de nuestra cola estaban para otro vuelo a África.)

Mientras corríamos con las valijas buscando las oficinas, la Polaca llamaba a todos sus amigos pidiéndoles que se fijen por internet si había algún tren que nos salvara. Cuando llegamos, y contamos nuestro problema, la empleada nos dijo: “¿Y para que me cuentan esto?” y también “Cuando uno va a un aeropuerto tiene que prestar mucha atención” y concluyó que no podía hacer nada, y que al otro día no había vuelos a Varsovia. Mi amigo la quería cagar a trompadas, mientras la Polaca me dijo: "Hay un tren que sale a las 21. Tarda 6 horas y sale 18 euros. Llegamos a Varsovia a las 3 de la mañana. Yo me voy ya. Si quieren venir conmigo vengan, pero yo me voy ya. Tengo que llegar al casamiento". Convencí a mi amigo que lo mejor era irnos. Él quería quedarse para ver si nos devolvían la guita del pasaje, pero yo le dije: "Tenemos que llegar a Varsovia sí o sí. Vamos con esta mina porque de otra forma no llegamos". Lo convencí y salimos corriendo a buscar un taxi que nos llevase a la estación de tren.

Le dijimos a un taxista si nos podía llevar a la estación en 15 minutos, y nos dijo que no había problemas. Mientras manejaba como loco, yo me puse a pensar que al final es todo mentira eso que dicen que Alemania es tan ordenado. Además de ver cientos de papelitos en las calles, los carteles indicadores de aviones no andaban, las maquinitas del check in tampoco, te garcaban en los aeropuertos, y los taxistas conducían como en Buenos Aires (aunque no sé si eran tan fachos.) Al llegar a la estación se chocó un cordón.

Entramos los tres, desesperados, a la estación de tren de Berlín, y nos pusimos a mirar los carteles electrónicos. No veíamos un tren a Varsovia ni en figuritas. La Polaca llamaba a sus amigos, hasta que nos enteramos que no era un tren a Varsovia sino un tren ruso que iba a Kiev, pero pasaba por Varsovia. Preguntábamos por todos lados, a veces creíamos que estábamos encaminados y corríamos por la estación (menos mal que las valijas tienen rueditas) pero eran todos falsas alarmas. Parecíamos los tres chiflados, chocándonos todo el tiempo con las valijas, vulnerando las escaleras mecánicas, y esquivando gente por toda la estación. Al final, lo encontramos. No estaba anunciado en los carteles porque era un tren ruso que había empezado su recorrido el día anterior, y yo me volvía a cagar en los alemanes y su falta de organización.

Llegamos al tren ruso a las 21, justo a la hora que salía, corriendo, agitados, sin boletos. Al llegar, la Polaca se puso a hablar en ruso con una mujer que parecía la encargada del tren. Le contó todo nuestro periplo y la necesidad de llegar a Varsovia. La Rusa nos miró de arriba a abajo, como si nos inspeccionara, como Mirtha Legrand miraba a sus invitados cuando entran, y nos dijo que sí, que podíamos pasar al tren, pero que no había lugar para que vayamos los tres juntos, y que además el pasaje salía 50 euros. Cuando dijimos que sí (mi amigo lagrimeando casi), cuando ya estábamos arriba y el tren ya estaba en marcha, el boleto aumentó misteriosamente de 50 a 60 euros. Miré la cara de los rusos que secundaban a los que pretendía cobrarnos (rusos patovas de brazos cruzados que nos miraban con cara de enojados), y me di cuenta que era mejor no quejarse. La Polaca me dijo: "Estos trenes rusos son horribles, pero por lo menos te salvan en situaciones como esta." Yo pagué mis 60 euros y me di cuenta que la cosa era en negro, o sea sin boleto. Después de pagar, se apareció en mi mente la siguiente imagen: Unas horas después, por el medio de la estepa siberiana, otro guardia ruso desconocido venía a picarnos el boleto, y como no lo teníamos paraban el tren y nos dejaban en el medio de un algún punto desconocido. Le expresé mis temores a la Polaca pero me dijo que no me preocupase.



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El tren era horrible. Quizás en la década del 50 era un tren ruso de lujo (estaba todo alfombrado de rojo, pero con alfombras que delataban muchas décadas y poca aspiración). Además, yo imaginaba que era con asientos, pero no había un puto asiento. Lo único que había era un pasillo tan finito que ni siquiera pasaban las valijas, y camarotes. A la Polaca la mandaron a uno bien en la punta, y a mí y a mi amigo a otros camarotes, no tan alejados pero tampoco tan cercanos. El tren no tenía nada más que un baño. No había un vagón-bar ni nada parecido. Yo estaba tan cansado, después de la salida de la noche anterior y toda la caminata de ese día, y todas las emociones hasta subir al tren, que lo único que quería era acostarme y ponerme a leer un libro de García Marquez (estaba leyendo Noticias de un Secuestro.)

Cada camarote era para tres personas, y al entrar al mío me encontré con una pareja de rusos. Todavía no habían armado las tres catreras donde se suponía que debíamos dormir, así que estaban sentados en la de abajo, casi tranzando. Al verme entrar, por señas, me indicaron que yo debía dormir en la de arriba, y me ayudaron a armarla ya que tenía un sistema muy complicado. Logré subir y me saqué las zapatillas (bastante malolientes, of course) y las metí adentro de una frazada que había ahí, para que el olor no los molestase. Me tiré a leer mientras mis piernas se aflojaban. Al rato, la rusa quiso armarse su cama y sacó la frazada. Le cayó mi zapatilla en la cabeza. Por suerte se ríeron. Durante un par de horas siguientes, mientras escuchaba a mi amigo, disconforme con el servicio, hacer múltiples reclamos que nadie le entendía, intenté sociabilizar un poco con la pareja rusa. Ellos tenían birra, gaseosa y comida, y me ofrecían. Pero yo no sabía si era comida de ellos o si venía con el pasaje, así que no les acepté. Todo lo que queríamos decirnos iba a la deriva. No nos pudimos entender ni siquiera si queríamos dejar la luz prendida un rato más o apagarla (a mí me daba lo mismo, pero no nos entendíamos.) Eran simpáticos y nos reíamos de lo único que podíamos reírnos: no entendernos un carajo. En un momento, visto que la barrera del idioma era infranqueable, saqué un cuaderno y una birome y anoté Berlín - Varsovia - Kiev. Quería indicarles que yo me bajaba en Varsovia, y preguntarles si sabían cuánto tardaba ese tren hasta ahí. Pero no pudimos entendernos. Por ahí hacían gestos afirmativos con la cabeza, pero no pude saber si realmente ese tren iba a tardar seis horas o no, ni siquiera estaba tan seguro si el tren iba a Varsovia. Quizás el hecho que haya escrito Varsovia en lugar de Warsaw no colaboró mucho.

Cuando las luces se apagaron y quedé solo con mi mente, me dormí un rato. Mi celular se había quedado sin batería (todavía no me lo habían robado), así que ni siquiera tenía idea de la hora. Me agarró otro miedo: que nos durmiéramos y nos pasáramos de Varsovia. ¿Qué mierda iba a hacer en Kiev? Y otro miedo: que me robasen la valija. Así que, en el medio de la oscuridad, me levanté y me fui al pasillo. No había NADIE. Todo el mundo estaba durmiendo. Intenté pasar a otro vagón, pero no se podía: había que pasar por el aire libre como el traspaso de vagones en el ferrocarril Sarmiento antes de Moreno. Por la ventana se veía puro campo. Intenté leer los carteles que había en el tren. Imposible: estaban en ruso, o sea que todos caracteres intentendibles. No podía entender ni siquiera las instrucciones para manejar el matafuego.

De repente, cerca del baño, vi a uno de los patovas rusos. Me acerqué a preguntarle si faltaba mucho para Varsovia, con un tímido "Excuse me..." y el chabón me devolvió un ladrido en ruso de lo que solo entendí la palabra "Russian", así que me imaginé que me quería decir que él no sabía inglés, y que yo le estaba faltando el respeto. Le iba a decir "I'm sorry" pero preferí decírselo por señas, y volver a sentarme arriba de mi valija a mirar por la ventana, lo único que se podía hacer.

Tiempo después se levantaron mi amigo y la Polaca. Mi amigo estaba a las puteadas limpias, onda: "Rusos hijos de puta y la reconchísima madre de todos estos putos rusos". Se quejaba porque el tren tardaba mucho (ya habíamos averiguado que en realidad eran diez horas en lugar de seis), por lo que nos habían cobrado, porque estaba cagado de hambre, porque nos habíamos perdido una noche en un puto tren ruso, y miles de puteadas más. Estaba bueno porque se podía putear todo lo que uno quería, total nadie nos entendía, pero yo no estaba de ánimo ni para putear. Mi amigo puteaba en castellano mirando la Polaca, quien le respondía en inglés: "Por favor no me culpes". Yo le dije que se deje de joder, que no teníamos la máquina del tiempo, que ya eran las seis de la mañana y estábamos por llegar y no tenía sentido quejarse.

Finalmente llegamos y nos despedimos de la Polaca (después me contacté con ella por Facebook y me contó que se fue directo de la estación de tren a la peluquería y luego al casamiento, que era al mediodía.) En la estación de tren, cambiamos algo de plata (en Polonia no hay euros), nos cagaron como siempre, y aprendí mi primer palabra en polaco: Andén se dice Peron, o al menos todos los carteles en la estación de tren eran Peron 1, Peron 2, Peron 3, etc. Por lo menos ahí usaban las mismas letras que nosotros. Eran las siete de la mañana, lloviznaba, y teníamos que llegar hasta el departamento que habíamos alquilado, sin la menor idea de cómo hacerlo. Me llamó la atención que todas las chicas eran parecidas a Nicole Neuman, pero en lugar de mirarnos con cara de cortamambos nos miraban, se sonreían, se sonrrojaban, y miraban para abajo. Esa noche había habido una super gran fiesta en Varsovia, porque el día anterior habían logrado la Presidencia de la Unión Europea. Así que, aunque eran las siete de la mañana, las calles todavía arreciaban de gente borracha. Los hombres nos paraban y nos preguntaban por qué habíamos venido a Varsovia. Le decíamos que por turismo, y nos miraban desconfiados. Me llamaba la atención un borracho que estaba peléandose con unas plantas, y lo lindas que eran las chicas, y en los días siguientes pensé que Pino Solanas se horrorizaría al ver tantas chicas hermosas como camareras en bares y restaurantes. Finalmente llegamos a nuestro departamento y nuestros amigos nos esperaban con muchas sorpresas: habían intentado ir a la estación de trenes a recibirnos pero no llegaron porque encontraron bares muy divertidos en el camino.

(Que suerte que escribí todo esto así me ahorro de escribirlo en mi diario íntimo.)
 
A veces uno piensa: "¡Qué mala leche! ¿Por qué me pasan estas cosas?" pero luego uno se da cuenta que es para tener algunas anécdotas para contar. Si fuera mentiroso podría haberlo hecho mucho más divertido, no?
 

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