miércoles, 13 de mayo de 2020

Transformarse En Revolucionario A Principios De Los 70's



Hace como 10 años, estaba en una librería y abrí al azar uno de los tomos de LA VOLUNTAD - UNA HISTORIA DE LA MILITANCIA REVOLUCIONARIA EN ARGENTINA, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, y leí el párrafo que voy a reproducir más adelante. Era una de las historias de los miles de personas que les pasó lo mismo: un hijo de padre gorilas que se fue transformando poco a poco en un revolucionario (a finales de los 60, principios de los 70), en este caso del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo.) Acá está la historia de cómo se va
produciendo esa transformación. Termina cuando entra a trabajar en una metalúrgica de Techint como obrero (aunque tenía estudios para trabajos más calificados) solo para juntarse con el "proletariado" y poder incidir en sus pensamientos y reclutar gente para el ERP.

Ahora estoy leyendo ese libro que abrí hace 10 años y sé que ese parte correspondía el capítulo 5 del Tomo III, que es el que va desde Mayo de 1973 a Julio de 1974.


Daniel De Santis había nacido en 1948 en Chivilcoy, una ciudad de 50.000 habitantes en la provincia de Buenos Aires. Era el tercero de los cuatro varones de un matrimonio radical: Betty, nieta de gallegos, maestra y puntera del barrio, y Luciano De Santis, Pildorita, un farmacéutico hijo de inmigrantes calabreses llegados con el fin de siglo. El año en que nació Daniel, Pildorita fue elegido concejal, y tres años después estuvo a punto de ser diputado. Fue en 1951, cuando las mujeres votaron por primera vez. Esa noche, Pildorita volvió a su casa indignado y no quiso ni hablar con su esposa, convencido de que el peronismo le había ganado por culpa del voto femenino.

   En julio de 1952, cuando murió Evita, una columna de manifestantes con antorchas y retratos apareció delante de la casa de los De Santis, que a duras penas salvaron los vidrios del negocio. En 1955, la familia escuchó por la radio a Perón lleno de cólera prometiendo venganza por los bombardeos de la marina en Plaza de Mayo: la promesa de que por cada peronista caído caerían cinco enemigos impulsó a Pildorita a buscar un escondite para su familia. Al rato el remisero Rodríguez estaba cargando a los tres chicos, a la madre y la tía en su chevrolet negro. Rodríguez era peronista: Daniel tenía 7 años y pensó que en una de ésas se le daba por cumplir con lo que había dicho su jefe y estrellaba el auto contra un paredón. Así morían cinco por uno: Rodríguez, el peronista, y cinco gorilas, los De Santis. Daniel temblaba de miedo, pero diez minutos después llegaron a la casa de la tía, sanos y salvos: Daniel estaba casi decepcionado.

   Los hermanos De Santis participaron en la agrupación de niños católicos de San Luis Gonzaga, y después en la Acción Católica. Daniel era un buen cristiano: nunca faltaba a misa, se dedicaba mucho a sus actividades parroquiales y el cura Latapie lo tenía a la buena. Cuando cumplió quince años lo designó para que se ocupara de calificar las películas que se proyectaban en los tres cines de la ciudad: Daniel tenía que verlas y poner, en la cartelera del atrio, la opinión que la iglesia tenía de cada una. Era una responsabilidad importante, y Daniel se la tomaba muy en serio. Hasta que estrenaron Lujuria Tropical de Armando Bo, con Isabel Sarli; Daniel puso en su cartelera que la iglesia no recomendaba en absoluto la película, pero no podía evitar la fascinación que le producía pensar que la Sarli estaría en Chivilcoy para el estreno y que la podría ver ahí, en carne y hueso. Se quedó a unos diez metros y el escote de la diva fue demasiado para su moral religiosa, así que bajó la vista. Al otro día, un grupo de la Acción Católica fue al cine con bombas de alquitrán para inutilizar la pantalla pecadora. A Daniel no le gustaban esos métodos: le parecía que así no se llegaba a nada.

   La Acción Católica también era muy activa en la lucha contra el comunismo, y Daniel participaba. Aunque se intrigó un poco cuando salió a pegar un cartel que decía que «El comunismo y el cristianismo quieren lo mismo…», pero que los métodos del cristianismo eran buenos y los del comunismo horribles. Mientras pegaba pasaban vecinos que lo felicitaban, pero Daniel se quedó con ciertas dudas. En esos días, el cura lo invitó a unos cursos de la Acción Católica, donde aprendió qué era el revisionismo histórico: criticaban a Moreno, alababan a Saavedra y eran muy peronistas y antijudíos. Después, el cura le dio un libro titulado Año 10 de Hugo Wast; Daniel sólo leyó el prólogo y el primer capítulo y no le gustó. En realidad, no le gustó casi nada de lo que decía esa gente: él era morenista y ellos saavedristas; él radical y ellos peronistas; él cristiano y ellos antisemitas.

   Inmediatamente, su conflicto se trasladó al amor: cuando el cura le decía que se arrepintiera de sus lujurias —los besos a Liliana—, Daniel decidió dejar la Acción Católica y el debate teológico. A Liliana, los muchachos la llamaban la Emiliozzi —«la mejor máquina de la temporada»—; a Daniel le parecía la mujer más linda del mundo y se sentía el galán de los galanes. Eran los tiempos en que Dante Emiliozzi ganaba una carrera tras otra con su ford y Daniel era fanático de ford: le sacaba a su padre el falcon cada vez que podía. Para ese entonces era secretario del club colegial y logró una buena performance con el equipo de básquet. Estaba alto y fuerte y sabía trompearse con habilidad y pocos escrúpulos: la vida era agradable y acotada. Hasta que se acabó el secundario y le llegó la hora de seguir una carrera universitaria. Lo que más le gustaba era la historia pero su madre no estaba de acuerdo: le dijo que, igual que ella, era brillante para las matemáticas, y debía estudiar ingeniería. Daniel aceptó, se mudó a La Plata en enero de 1966 y alquiló un departamento con Oscar, otro de Chivilcoy que estudiaba bioquímica y militaba en una agrupación de independientes de izquierda que respondía al Partido Comunista. Él le prestó su primer libro de política: los Pasajes de la Guerra Revolucionaria de Ernesto Guevara. La lectura se le mezclaba con las primeras escaramuzas reales. En abril fue a su primera asamblea universitaria. Aprendió que a los de izquierda también les decían gorilas y, cuando salían a la calle, la policía montada cargaba contra ellos a planazos. Ese día alguien lanzó la consigna de tomar el rectorado. Primero intentaron forzar la puerta del edificio; después uno se coló por la ventana, y atrás pasó el resto. La policía no se atrevió a entrar para sacarlos: la autonomía universitaria era algo muy serio en esos días. Tiraban, desde afuera, gases lacrimógenos al patio, y los estudiantes los devolvían, como podían, a la calle.

   El 28 de junio de 1966, cuando los militares voltearon a Illia, Oscar salió de su departamento para ir a la facultad y volvió al rato, indignado porque estaba rodeada por carros de asalto. Hasta entonces Daniel era sobre todo radical y católico. A fin de ese año, por primera vez, se acostó una noche sin rezar. A veces se metía en la cama y daba vueltas y más vueltas sin conciliar el sueño, como si le faltara algo: cuando se daba cuenta de que era el rezo se dormía tranquilo. Poco a poco se iba alejando de sus primeras ideas. Aunque todavía no las había reemplazado por nada muy definido. En octubre de 1967 recibió con dolor la noticia de la muerte de Guevara. Ese día, mientras escuchaba con avidez noticieros de diversas radios, una vecina mendocina y muy atractiva, Lila, le tocó el timbre para pedirle una taza de azúcar. Ella se lamentó de la muerte del Che porque era muy churro. Daniel casi le cerró la puerta en la cara: no podía creer que Lila fuera «tan pequeñoburguesa». Pequeñoburgués era una expresión que hasta ese momento le parecía ajena, pero ese día empezó a sentirla propia. Daniel seguía las noticias de la guerra en Vietnam y pensaba que los vietcongs tenían razón porque era una guerra anticolonial, pero se alegraba cuando ganaban los americanos. Tenía muchos años de películas del oeste y series donde el muchachito yanqui era el garante de la bondad universal. Hasta que llegó la ofensiva del Tet en enero de 1968 y, por alguna razón desconocida, un día le pareció que su convicción y su afecto se juntaban en los vietcongs. Daniel sintió, casi de golpe, una gran tranquilidad y pensó que se había convertido en un revolucionario. Tenía veinte años y la foto del Che en la cabecera de la cama, pero le faltaba encontrar su lugar.

Así llegó a las primeras reuniones del MALENA. Su nombre oficial era Movimiento de Liberación Nacional —MLN—: un grupo que se había formado a partir de un desprendimiento del Partido Socialista y se reivindicaba nacionalista, revolucionario y socialista. Entre sus figuras más destacadas estaban Ismael y David Viñas, Paco Urondo y Celia de la Serna, la madre de Ernesto Guevara. Daniel empezó a militar en Ingeniería de La Plata y participó de otra toma del rectorado que le costó dormir una noche en una comisaría. Sintió que era un hito en su vida. En el 69 hizo la conscripción y cuando salió se encontró con la desagradable sorpresa de que el MALENA se había disuelto.

   Un año después, mientras leía sin entusiasmo La Razón en el comedor universitario, una nota le resultó atractiva: un asalto del ERP a una armería, firmado por el comando Felipe Vallese del Ejército Revolucionario del Pueblo. La noticia describía la acción como algo cuidadoso, bien organizado; a Daniel no le gustaba la improvisación. Otro punto a favor era que el ERP era marxista y reivindicaba a Vallese, un muerto peronista. Tomó contacto con Eduardo Merbilhaá y empezó en la TAR: la Tendencia Antiimperialista Revolucionaria era la agrupación de superficie del PRT. Tiempo después le ofrecieron integrarse al partido: su primera responsable fue Susana Gaggero de Pujals. Empezó en tareas barriales, vendiendo Nuevo Hombre, participando en acciones militares menores y, en 1972, consiguió su primer trabajo como albañil. Daniel había sido un deportista vigoroso pero el hormigón lo hizo sentir un alfeñique. A principios de 1973 tuvo su segundo intento de proletarización, en el taller metalúrgico de Ensenada. Hasta que, por fin, pudo dar el gran salto e intentar ganarse un lugar entre los obreros de vanguardia de Propulsora Siderúrgica.

1 comentario:

Frodo dijo...

Ahora me diste ganas de seguir leyendo el libro, y desde el principio. La estructura del relato me recuerda al inicio de Operación Masacre cuando va describiendo la vida de las personas/personajes

Caparrós visitó mi otro blog hace poco, de cuando le hizo una entrevista a los redondos

https://redonditosineditos.blogspot.com/2020/04/hablan-los-redondos-entrevista-una.html

Abrazos